El estudio de los padres de la Iglesia puede hacerse desde varios puntos de vista. Suelen distinguirse tres ciencias conectadas entre sí: la patrología, que mira los aspectos históricos y biográficos; la patrística, que considera la doctrina teológica de los padres; y la literatura cristiana antigua, que estudia los escritos de los padres como documentos literarios.
Algunos padres de la Iglesia son:
Clemente Romano e Ignacio de Antioquía, clasificados entre los padres apostólicos, que vivieron entre el siglo I y II de nuestra era.
Justino, del s. II, clasificado entre los apologistas cristianos.
Ireneo de Lyon e Hipólito de Roma, entre el s. II y III.
Clemente de Alejandría y Orígenes, de los siglos II y III, grandes exponentes de la escuela alejandrina.
Tertuliano y Cipriano de Cartago, autores latinos del los siglos II y III.
Atanasio gran luchador de la fe, del siglo IV.
Basilio, Gregorio de Niza y Gregorio Nacianceno, los padres Capadocios, del s. IV.
Hilario, Ambrosio, Jerónimo y Agustín, los padres latinos del s. IV y principios del V.
Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría, padres griegos de finales del s. IV y del s. V.
Para comenzar el estudio de los padres de la Iglesia recomendamos:
Trevijano, Ramón. Patrología, BAC, Madrid, 1994.
Para profundizar un poco más recomendamos:
Altaner, B. Patrología, Madrid, 1956.
Quasten, J. J. Patrología I-II, BAC, Madrid, 1991, 1985.
Di Berardino, A. y otros. Patrología III, BAC, Madrid, 1993.
En los párrafos siguientes se apuntan dos o tres aspectos de la teología de los padres, que se encuentra no en tratados que ellos elaboraran para especialistas, sino en homilías y escritos dirigidos generalmente a los fieles cristianos encomendados a su cuidado pastoral. Esta dimensión de su quehacer teológico indica ya uno de los rasgos que lo hacen sumamente atractivo: su vinculación esencial a la vida cristiana de sus auditorios. Se trata, pues, no de vanos razonamientos sobre cuestiones inútiles, sino de una teología sobre lo medular cristiano.
Lo que presento en estos puntos es simplemente un esbozo que tiene por objetivo despertar el interés en ellos. Una buena introducción se encuentra en el libro de Luigi Padovese, Introduzione alla Teologia Patristica
El Misterio Trinitario
Hablar del misterio de la Santísima Trinidad es situarnos en el núcleo mismo de la novedad cristiana. El seguimiento de Cristo y su reconocimiento como "Señor" condujo necesariamente a plantear el tema de su relación peculiar con el Padre. Según los evangelios la causa de la decisión de matar a Jesús por parte de sus oponentes fue que se igualaba a Dios. Jesús se caracterizó, además, por la plena posesión del Espíritu, el cual comunicó a sus seguidores y les permitió el cumplimiento de su misión. La fórmula bautismal "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", no deja lugar a dudas sobre la importancia capital que los cristianos, desde un principio, reconocían a este misterio.
En realidad no era una propuesta fácil de asimilar ni para los rígidos esquemas monoteístas judíos, ni para la filosofía griega predominante en esos tiempos. Pero para los cristianos era un asunto vital, dado que la vida cristiana se definía, más práctica que teóricamente, en referencia al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Los primeros padres no contaban ni con el término "Trinidad", ni con el de "persona" y, así, expresaron su fe con una terminología a veces vacilante. Tal es el caso de los padres apostólicos, como san Ignacio de Antioquía, y aún el de los apologistas, como san Justino. San Ireneo nos habla del Logos como un ser engendrado y coexistente siempre con Dios. Para san Ireneo Dios siempre tiene su Logos y su Espíritu, a quienes se atreve a llamar sus "manos", en relación a la creación.
Hacia los siglos II y III se difundió, sin embargo, la herejía monarquiana, que negaba una existencia propia a las personas divinas. La base de esta postura se encontraba en querer sostener un monoteísmo radical, incapaz de aceptar que en el seno de la divinidad podía hablarse de una pluralidad. Esta herejía presentó dos variantes, una denominada adopcionismo y otra denominada modalismo. El adopcionismo tuvo su máximo exponente en Pablo de Samosata, que daba el nombre de Padre a Dios, el de Hijo al hombre Jesús y el de Espíritu Santo a la gracia dada a los apóstoles. Pablo de Samosata fue condenado en un sínodo en Antioquía en el 268.
Por su parte el modalismo afirmaba que el único Dios se manifestaba en modos diversos, de manera que Cristo es el mismo que el Padre. Principal exponente de este pensamiento fue Noeto, condenado por los presbíteros de su ciudad. Más tarde el modalismo fue conocido como sabelianismo, a causa de Sabelio, que difundió estas enseñanzas en Libia. Fue condenado por el papa Calixto en el 220.
Tertuliano fue conciente de la dificultad que para algunos representaba aceptar la "economía" de Dios, y hacía ver que un monoteísmo estrecho que negara las personas, se apartaba de la regla de fe tanto como el politeísmo. Grande ha sido la contribución de este autor a la teología trinitaria posterior, pues fue el primero en utilizar la palabra "Trinidad" a las tres divinas personas. Sin embargo introducía, como muchos prenicenos, una cierta subordinación entre dichas personas divinas.
Orígenes por su parte, pone en el vértice de su explicación a Dios Padre, no engendrado, quien, para derramar su bondad perfecta, crea, a través del Verbo, un mundo de seres espirituales. El Verbo es engendrado por el Padre y es coeterno con Él. El Espíritu Santo viene a través del Verbo, y solamente ambos, Verbo y Espíritu, conocen al Padre, pues ambos participan de las prerrogativas divinas por las que se reconoce precisamente su divinidad. No obstante cierto subordinacionismo, Orígenes mantuvo la fe que reconoce la infinita distancia entre las creaturas y la Trinidad.
El Concilio de Nicea, en el año 325, quiso dar respuesta a la problemática que causó el presbítero Arrio, quien sostenía que el Hijo no era coeterno con el Padre, pues había sido engendrado y, por lo tanto había sido creado. Arrio aceptaba que Cristo se llamara "Hijo de Dios", pero solamente por adopción o por gracia, pero no por naturaleza. El Concilio hizo ver en cambio, condenando a Arrio, que el Hijo es "engendrado, no creado, consustancial con el Padre".
Más tarde, en el año 381, se llevó a cabo otro concilio, ahora en Constantinopla, donde se hizo explícita la profesión de fe en la divinidad del Espíritu Santo, en contra de lo que propagaban los llamados "pneumatómacos" o "macedonianos", quienes, en continuidad con los principios arrianos, negaban el carácter divino de esta persona.
Mario Victorino (280-362) fue un filósofo neoplatónico, convertido al cristianismo en edad adulta. Con las herramientas de su filosofía y apoyándose sobre todo en san Juan, elaboró una teología trinitaria que afirma que el Padre y el Hijo son "idem", no "ipse", notando que la unidad no excluye la alteridad. Puesta la relación Padre-Hijo, analiza también la relación Hijo-Espíritu Santo.
San Hilario de Poitiers, contemporáneo de Mario Victorino, propuso también su propia síntesis, teniendo en cuenta los errores sabelianos y arrianos. Él afirmaba la unidad de la naturaleza divina así como la distinción personal del Padre y del Hijo. Lo que los hace diferentes es la relación de origen, pues el Padre ha engendrado al Hijo sin disminución de su ser, y el Hijo recibe en sí todo del Padre, siendo totalmente igual a Él.
San Agustín pone en primer plano la unidad de la Trinidad, que trasciende cualquier representación humana, y hace notar que cualquier intento por explicarla implica algo de simbólico. Subraya que la sustancia divina no es una especie de cuarta persona, sino que cada una de las personas es idéntica a las otras tres desde el punto de vista de la sustancia y que lo que pertenece a la naturaleza divina se expresa en singular. San Agustín precisa que cada una de las personas posee la naturaleza divina en una forma particular y por eso es correcto atribuírle a cada una de ellas en su acción "ad extra" el papel que le es propio según su origen. El Padre es Padre porque engendra, el Hijo porque es engendrado, y el Espíritu Santo porque es donado, y aunque no es lo mismo ser Padre que Hijo, la sustancia es la misma, pues estos nombres pertenecen al orden de la relación, no al de la sustancia.
Lo más original de san Agustín en su teología trinitaria es la explicación "psicológica" de la Trinidad, que consiste en afirmar que en el alma humana lose halla una "trinidad", porque el alma es, conoce y quiere. Análogamente el Padre, en la eternidad, se conoce a sí mismo y la imagen de sí mismo que concibe es el Hijo, ama su imagen, que por ser persona lo ama también a su vez, y por ser este amor también persona, es el Espíritu Santo. Evidentemente la explicación psicológica es solamente analógica y tiene sus límites, que el mismo san Agustín reconoció, pero también posee sus fundamentos escriturísticos.
Cristología
Los primeros cristianos se distinguieron esencialmente por su fe en Jesús muerto y resucitado, reconocido como Hijo de Dios y como Señor. De ahí que el impulso misionero de la Iglesia sólo se comprenda a la luz de esta convicción de fe.
Sin embargo desde muy temprano surgieron propuestas distintas, que mermaban la verdad cristiana por suprimir algún aspecto del misterio de la persona de Jesús. Algunos aceptaban su condición humana pero no reconocían la divina, otros aceptaban su divinidad pero desfiguraban su humanidad. Ante ellos los padres de la Iglesia propusieron su doctrina y procuraron dar razón de su fe para salvaguardar la transmisión íntegra del misterio anunciado por los apóstoles.
Primeras herejías
El ebionismo fue una corriente judeo cristiana algunos de cuyos seguidores negaban la divinidad de Jesucristo, pues sólo lo reconocían como hombre; el marcionismo no aceptaba al Dios del Antiguo Testamento, sino sólo al del nuevo presentado por Jesucristo; el docetismo gnóstico no admitía que Jesús hubiese realmente poseído un cuerpo humano, porque pensaban que la materia era mala e imposible de redimir, por eso el cuerpo de Jesús era aparente, según ellos.
Primeras respuestas
San Ignacio de Antioquía insistió fuertemente en el carácter realísimo de la humanidad de Jesús, quien verdaderamente nació, comió, bebió, padeció, murió y resucitó. Al mismo tiempo reconoció San Ignacio la divinidad de Jesucristo, que ve expresada de modo supremo y definitivo en la resurrección. Como San Ignacio, el obispo Melitón de Sardes centra su teología en la unidad de Cristo, Dios y hombre.
Los apologistas, como San Justino, Atenágoras, Teófilo y otros, toman el esquema medio platónico Dios-universo-hombre y explican que entre Dios y el universo es necesario un mediador, que es el Logos, Cristo Nuestro Señor, distinto del Padre.
San Ireneo de Lyon debate contra el gnosticismo y el marcionismo y presenta la obra de Cristo en el marco de una historia de la salvación. De especial importancia es para San Ireneo la recapitulación, a través de la cual Cristo asume toda la humanidad y toda la historia. En el fondo de su teología se encuentra la convicción de la doble composición de Cristo, Dios y hombre.
Adopcionismo y modalismo
En el siglo segundo, el adopcionismo fue una herejía que sostenía que Jesucristo era un ángel adoptado por Dios como Cristo, o un hombre que por sus méritos fue adoptado por Dios. Sus principales exponentes fueron Teodoto de Bizancio y Teodoto el Curtidor.
Otra herejía fue el modalismo, que afirmaba que el único Dios se manifestaba de diferentes modos, a saber, como Padre, Hijo o Espíritu Santo. Representan este pensamiento Noeto y Práxeas.
Tertuliano y Orígenes
Tertuliano sostuvo claramente la unidad personal de Cristo y al mismo tiempo distinguió las propiedades de las dos sustancias, divina y humana, de nuestro salvador. Contribuyó en occidente a subrayar la existencia en Cristo de dos naturalezas, cosa que contaría después para reaccionar contra los excesos del monofisismo.
Orígenes, por su parte, propuso una cristologia en la que destacaba el papel del alma humana de Jesucristo como punto de unión de la humanidad con el Verbo. A través del alma el Verbo también se une con el cuerpo, y ambos, alma y cuerpo, son divinizados por la unión a dicho Verbo.
Arrianismo y apolinarismo
La expresión del misterio de Cristo exigió desde el siglo cuarto una precisión mayor y una madurez teológica capaz de afrontar nuevos problemas y planteamientos. Los debates se extendieron y los padres buscaron la solución contra las nuevas herejías que amenazaban el depósito de la fe.
Arrio, un presbítero de la iglesia de Alejandría, afirmó que solamente el Padre es inengendrado y sin principio y, por lo tanto, el Hijo es un ser creado, inferior al Padre. Arrio negaba además que Cristo tuviera alma como todos los hombres, pues la sustituía el Verbo.
Apolinar de Laodicea coincidía con Arrio en negar el alma humana de Cristo, aunque aceptaba que el Verbo era consustancial al Padre, es decir, igual a Él. Para Apolinar el cuerpo de Cristo era como el instrumento del Verbo, de forma que ambos unidos formaban una sola naturaleza que no era ni enteramente Dios ni enteramente hombre.
Respuestas
Frente al desafío arriano, el Concilio de Nicea sostuvo firmemente la igualdad del Padre y del Hijo, recurriendo al término "homoousios", es decir consustancial. El Hijo es consustancial con el Padre. Este término tuvo sus dificultades por no ser un término bíblico, pero expresaba la fe recibida y aún ahora el credo emeando de aquel concilio continúa usándose en la Iglesia para profesar la fe.
San Atanasio estuvo presente en el Concilio de Nicea y los años siguientes se destacó como firme defensor del término "homoousios". La cristología de este padre de la Iglesia sigue un esquema que trata de dar razón de Jesucristo como Verbo y como carne, es decir como hombre, pero hace ver que el Verbo no se convierte en hombre dejando de ser Dios, sino que asume un hombre. El Verbo, al entrar en contacto con el hombre, produce la divinización de éste.
Los teólogos antioquenos, como Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia argumentaron por su parte no solamente contra el arrianismo, sino contra el apolinarismo, afirmando la plena divinidad y la plena humanidad de Cristo. Los elementos humano y divino permanecen inconfundibles para ellos. Teodoro de Mopsuestia se expresaba diciendo que aunque hay dos naturalezas distintas, sin embargo Cristo es una sola persona ("prosopon", decía él en griego).
Nestorio y Eutiques
Nestorio, que fue patriarca de Constantinopla, llegó a afirmar, escandalizando con ello al pueblo, que la virgen María no rea madre de Dios, sino solamente madre de un hombre. El problema de Nestorio era que no admitía la unidad de Cristo. San Cirilo combatió la postura de Nestorio apoyándose en una carta del papa Celestino. Poco después se llevó a cabo el concilio de Éfeso, en 431, donde se subrayó la unidad de Cristo, de modo que se podía decir que María era Madre de Dios, y se condenó y depuso a Nestorio.
Eutiques, al contrario de Nestorio, enseñaba que después de la unión del Verbo con la humanidad ya no subsistían dos naturalezas, sino que la humana era de alguna forma absorbida por la divina. Esta postura se llamó monofisismo y fue rechazada en el concilio de Calcedonia, de 451, prevaleciendo las enseñanzas que el papa San León Magno había transmitido al obispo Flaviano en un escrito sobre el tema, donde se sostenía que las dos naturalezas de Cristo salvaguardadas sus propiedades, se unen en una única persona.
Mariología de los Padres
Primeros elementos
El centro del anuncio cristiano del primer siglo fue que Cristo, el Hijo de Dios, que murió en la cruz y resucitó, ha sido elevado al rango de Señor.
A este credo esencial aparecerá unida, desde muy temprano, la mención del nacimiento de Cristo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, como lo atestigua la Traditio apostólica, (del 215 D.C. aprox.)
Son dos los puntos que indicarán la relación de María con Jesús: su verdadera maternidad y su virginidad. Conviene indicar que la maternidad apuntaba a la realidad de la humanidad de Jesús, que negaban los gnósticos, mientras la virginidad apuntaba hacia la divinidad, negada a su vez por ebionitas, adopcionistas y otros.
Tenemos así a san Ignacio de Antioquía, quien subraya el realismo del nacimiento de Cristo, y a san Justino, quien para contrarrestar las tendencias docetas de aquellos tiempos, insiste en la maternidad.
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva, apoyándose sobre la propuesta paulina de Cristo como nuevo Adán. Para él, la obediencia de María, en contraste con la desobediencia de Eva, fue causa de salvación para todo el género humano. Ya se esboza aquí una teología de la maternidad universal de María.
Del Siglo III al V
Son cuatro los puntos sobre los que gira la reflexión mariológica: a) El reconocimiento de María como Madre de Dios, b) La virginidad en el parto, c)La virginidad después del parto y d) La Santidad.
Por lo que respecta al primer punto, ya se había extendido en la Iglesia el uso del término Theotokos, (Madre de Dios) y se usaba pacíficamente. por todos. La controversia la desató Nestorio, quien no aceptó el término y provocó un escándalo que motivó se llevara a cabo el Concilio de Éfeso, donde se proclamó solemnemente que María es Madre de Dios. En el fondo, el problema de Nestorio era Cristológico, pues no integraba en su teología la unidad de Cristo, Dios y hombre verdadero.
La virginidad de María había sido reconocida expresamente por autores como san Ireneo y Orígenes. Fue necesario sin embargo desvincularla de falsos principios, para que no fuera pretexto para favorecer doctrinas gnósticas y maniqueas que despreciaban el cuerpo. Para los padres la virginidad antes del parto, en el parto y después del parto, está ligada al nacimiento del Dios hecho hombre, que no reniega de la carne, sino que le comunica sus dones escatológicos, es decir, las cualidades gloriosas de los cuerpos resucitados.
Por otra parte, para los padres la santidad de María no es algo mágico. Por el contrario, ella dió a Dios una respuesta libre y responsable. Por eso dice san Juan Crisósotomo que a María no le hubiera servido de nada dar a luz a Cristo si no hubiera estado interiormente llena de virtud (Cfr.Com. al Ev. de Sn. Juan, XXI, 3). Muchos padres, como Orígenes, san Basilio, san Juan Criósotomo, muestran también como María siguió un camino de progreso en la virtud.
Algunos padres de la Iglesia son:
Clemente Romano e Ignacio de Antioquía, clasificados entre los padres apostólicos, que vivieron entre el siglo I y II de nuestra era.
Justino, del s. II, clasificado entre los apologistas cristianos.
Ireneo de Lyon e Hipólito de Roma, entre el s. II y III.
Clemente de Alejandría y Orígenes, de los siglos II y III, grandes exponentes de la escuela alejandrina.
Tertuliano y Cipriano de Cartago, autores latinos del los siglos II y III.
Atanasio gran luchador de la fe, del siglo IV.
Basilio, Gregorio de Niza y Gregorio Nacianceno, los padres Capadocios, del s. IV.
Hilario, Ambrosio, Jerónimo y Agustín, los padres latinos del s. IV y principios del V.
Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría, padres griegos de finales del s. IV y del s. V.
Para comenzar el estudio de los padres de la Iglesia recomendamos:
Trevijano, Ramón. Patrología, BAC, Madrid, 1994.
Para profundizar un poco más recomendamos:
Altaner, B. Patrología, Madrid, 1956.
Quasten, J. J. Patrología I-II, BAC, Madrid, 1991, 1985.
Di Berardino, A. y otros. Patrología III, BAC, Madrid, 1993.
En los párrafos siguientes se apuntan dos o tres aspectos de la teología de los padres, que se encuentra no en tratados que ellos elaboraran para especialistas, sino en homilías y escritos dirigidos generalmente a los fieles cristianos encomendados a su cuidado pastoral. Esta dimensión de su quehacer teológico indica ya uno de los rasgos que lo hacen sumamente atractivo: su vinculación esencial a la vida cristiana de sus auditorios. Se trata, pues, no de vanos razonamientos sobre cuestiones inútiles, sino de una teología sobre lo medular cristiano.
Lo que presento en estos puntos es simplemente un esbozo que tiene por objetivo despertar el interés en ellos. Una buena introducción se encuentra en el libro de Luigi Padovese, Introduzione alla Teologia Patristica
El Misterio Trinitario
Hablar del misterio de la Santísima Trinidad es situarnos en el núcleo mismo de la novedad cristiana. El seguimiento de Cristo y su reconocimiento como "Señor" condujo necesariamente a plantear el tema de su relación peculiar con el Padre. Según los evangelios la causa de la decisión de matar a Jesús por parte de sus oponentes fue que se igualaba a Dios. Jesús se caracterizó, además, por la plena posesión del Espíritu, el cual comunicó a sus seguidores y les permitió el cumplimiento de su misión. La fórmula bautismal "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", no deja lugar a dudas sobre la importancia capital que los cristianos, desde un principio, reconocían a este misterio.
En realidad no era una propuesta fácil de asimilar ni para los rígidos esquemas monoteístas judíos, ni para la filosofía griega predominante en esos tiempos. Pero para los cristianos era un asunto vital, dado que la vida cristiana se definía, más práctica que teóricamente, en referencia al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Los primeros padres no contaban ni con el término "Trinidad", ni con el de "persona" y, así, expresaron su fe con una terminología a veces vacilante. Tal es el caso de los padres apostólicos, como san Ignacio de Antioquía, y aún el de los apologistas, como san Justino. San Ireneo nos habla del Logos como un ser engendrado y coexistente siempre con Dios. Para san Ireneo Dios siempre tiene su Logos y su Espíritu, a quienes se atreve a llamar sus "manos", en relación a la creación.
Hacia los siglos II y III se difundió, sin embargo, la herejía monarquiana, que negaba una existencia propia a las personas divinas. La base de esta postura se encontraba en querer sostener un monoteísmo radical, incapaz de aceptar que en el seno de la divinidad podía hablarse de una pluralidad. Esta herejía presentó dos variantes, una denominada adopcionismo y otra denominada modalismo. El adopcionismo tuvo su máximo exponente en Pablo de Samosata, que daba el nombre de Padre a Dios, el de Hijo al hombre Jesús y el de Espíritu Santo a la gracia dada a los apóstoles. Pablo de Samosata fue condenado en un sínodo en Antioquía en el 268.
Por su parte el modalismo afirmaba que el único Dios se manifestaba en modos diversos, de manera que Cristo es el mismo que el Padre. Principal exponente de este pensamiento fue Noeto, condenado por los presbíteros de su ciudad. Más tarde el modalismo fue conocido como sabelianismo, a causa de Sabelio, que difundió estas enseñanzas en Libia. Fue condenado por el papa Calixto en el 220.
Tertuliano fue conciente de la dificultad que para algunos representaba aceptar la "economía" de Dios, y hacía ver que un monoteísmo estrecho que negara las personas, se apartaba de la regla de fe tanto como el politeísmo. Grande ha sido la contribución de este autor a la teología trinitaria posterior, pues fue el primero en utilizar la palabra "Trinidad" a las tres divinas personas. Sin embargo introducía, como muchos prenicenos, una cierta subordinación entre dichas personas divinas.
Orígenes por su parte, pone en el vértice de su explicación a Dios Padre, no engendrado, quien, para derramar su bondad perfecta, crea, a través del Verbo, un mundo de seres espirituales. El Verbo es engendrado por el Padre y es coeterno con Él. El Espíritu Santo viene a través del Verbo, y solamente ambos, Verbo y Espíritu, conocen al Padre, pues ambos participan de las prerrogativas divinas por las que se reconoce precisamente su divinidad. No obstante cierto subordinacionismo, Orígenes mantuvo la fe que reconoce la infinita distancia entre las creaturas y la Trinidad.
El Concilio de Nicea, en el año 325, quiso dar respuesta a la problemática que causó el presbítero Arrio, quien sostenía que el Hijo no era coeterno con el Padre, pues había sido engendrado y, por lo tanto había sido creado. Arrio aceptaba que Cristo se llamara "Hijo de Dios", pero solamente por adopción o por gracia, pero no por naturaleza. El Concilio hizo ver en cambio, condenando a Arrio, que el Hijo es "engendrado, no creado, consustancial con el Padre".
Más tarde, en el año 381, se llevó a cabo otro concilio, ahora en Constantinopla, donde se hizo explícita la profesión de fe en la divinidad del Espíritu Santo, en contra de lo que propagaban los llamados "pneumatómacos" o "macedonianos", quienes, en continuidad con los principios arrianos, negaban el carácter divino de esta persona.
Mario Victorino (280-362) fue un filósofo neoplatónico, convertido al cristianismo en edad adulta. Con las herramientas de su filosofía y apoyándose sobre todo en san Juan, elaboró una teología trinitaria que afirma que el Padre y el Hijo son "idem", no "ipse", notando que la unidad no excluye la alteridad. Puesta la relación Padre-Hijo, analiza también la relación Hijo-Espíritu Santo.
San Hilario de Poitiers, contemporáneo de Mario Victorino, propuso también su propia síntesis, teniendo en cuenta los errores sabelianos y arrianos. Él afirmaba la unidad de la naturaleza divina así como la distinción personal del Padre y del Hijo. Lo que los hace diferentes es la relación de origen, pues el Padre ha engendrado al Hijo sin disminución de su ser, y el Hijo recibe en sí todo del Padre, siendo totalmente igual a Él.
San Agustín pone en primer plano la unidad de la Trinidad, que trasciende cualquier representación humana, y hace notar que cualquier intento por explicarla implica algo de simbólico. Subraya que la sustancia divina no es una especie de cuarta persona, sino que cada una de las personas es idéntica a las otras tres desde el punto de vista de la sustancia y que lo que pertenece a la naturaleza divina se expresa en singular. San Agustín precisa que cada una de las personas posee la naturaleza divina en una forma particular y por eso es correcto atribuírle a cada una de ellas en su acción "ad extra" el papel que le es propio según su origen. El Padre es Padre porque engendra, el Hijo porque es engendrado, y el Espíritu Santo porque es donado, y aunque no es lo mismo ser Padre que Hijo, la sustancia es la misma, pues estos nombres pertenecen al orden de la relación, no al de la sustancia.
Lo más original de san Agustín en su teología trinitaria es la explicación "psicológica" de la Trinidad, que consiste en afirmar que en el alma humana lose halla una "trinidad", porque el alma es, conoce y quiere. Análogamente el Padre, en la eternidad, se conoce a sí mismo y la imagen de sí mismo que concibe es el Hijo, ama su imagen, que por ser persona lo ama también a su vez, y por ser este amor también persona, es el Espíritu Santo. Evidentemente la explicación psicológica es solamente analógica y tiene sus límites, que el mismo san Agustín reconoció, pero también posee sus fundamentos escriturísticos.
Cristología
Los primeros cristianos se distinguieron esencialmente por su fe en Jesús muerto y resucitado, reconocido como Hijo de Dios y como Señor. De ahí que el impulso misionero de la Iglesia sólo se comprenda a la luz de esta convicción de fe.
Sin embargo desde muy temprano surgieron propuestas distintas, que mermaban la verdad cristiana por suprimir algún aspecto del misterio de la persona de Jesús. Algunos aceptaban su condición humana pero no reconocían la divina, otros aceptaban su divinidad pero desfiguraban su humanidad. Ante ellos los padres de la Iglesia propusieron su doctrina y procuraron dar razón de su fe para salvaguardar la transmisión íntegra del misterio anunciado por los apóstoles.
Primeras herejías
El ebionismo fue una corriente judeo cristiana algunos de cuyos seguidores negaban la divinidad de Jesucristo, pues sólo lo reconocían como hombre; el marcionismo no aceptaba al Dios del Antiguo Testamento, sino sólo al del nuevo presentado por Jesucristo; el docetismo gnóstico no admitía que Jesús hubiese realmente poseído un cuerpo humano, porque pensaban que la materia era mala e imposible de redimir, por eso el cuerpo de Jesús era aparente, según ellos.
Primeras respuestas
San Ignacio de Antioquía insistió fuertemente en el carácter realísimo de la humanidad de Jesús, quien verdaderamente nació, comió, bebió, padeció, murió y resucitó. Al mismo tiempo reconoció San Ignacio la divinidad de Jesucristo, que ve expresada de modo supremo y definitivo en la resurrección. Como San Ignacio, el obispo Melitón de Sardes centra su teología en la unidad de Cristo, Dios y hombre.
Los apologistas, como San Justino, Atenágoras, Teófilo y otros, toman el esquema medio platónico Dios-universo-hombre y explican que entre Dios y el universo es necesario un mediador, que es el Logos, Cristo Nuestro Señor, distinto del Padre.
San Ireneo de Lyon debate contra el gnosticismo y el marcionismo y presenta la obra de Cristo en el marco de una historia de la salvación. De especial importancia es para San Ireneo la recapitulación, a través de la cual Cristo asume toda la humanidad y toda la historia. En el fondo de su teología se encuentra la convicción de la doble composición de Cristo, Dios y hombre.
Adopcionismo y modalismo
En el siglo segundo, el adopcionismo fue una herejía que sostenía que Jesucristo era un ángel adoptado por Dios como Cristo, o un hombre que por sus méritos fue adoptado por Dios. Sus principales exponentes fueron Teodoto de Bizancio y Teodoto el Curtidor.
Otra herejía fue el modalismo, que afirmaba que el único Dios se manifestaba de diferentes modos, a saber, como Padre, Hijo o Espíritu Santo. Representan este pensamiento Noeto y Práxeas.
Tertuliano y Orígenes
Tertuliano sostuvo claramente la unidad personal de Cristo y al mismo tiempo distinguió las propiedades de las dos sustancias, divina y humana, de nuestro salvador. Contribuyó en occidente a subrayar la existencia en Cristo de dos naturalezas, cosa que contaría después para reaccionar contra los excesos del monofisismo.
Orígenes, por su parte, propuso una cristologia en la que destacaba el papel del alma humana de Jesucristo como punto de unión de la humanidad con el Verbo. A través del alma el Verbo también se une con el cuerpo, y ambos, alma y cuerpo, son divinizados por la unión a dicho Verbo.
Arrianismo y apolinarismo
La expresión del misterio de Cristo exigió desde el siglo cuarto una precisión mayor y una madurez teológica capaz de afrontar nuevos problemas y planteamientos. Los debates se extendieron y los padres buscaron la solución contra las nuevas herejías que amenazaban el depósito de la fe.
Arrio, un presbítero de la iglesia de Alejandría, afirmó que solamente el Padre es inengendrado y sin principio y, por lo tanto, el Hijo es un ser creado, inferior al Padre. Arrio negaba además que Cristo tuviera alma como todos los hombres, pues la sustituía el Verbo.
Apolinar de Laodicea coincidía con Arrio en negar el alma humana de Cristo, aunque aceptaba que el Verbo era consustancial al Padre, es decir, igual a Él. Para Apolinar el cuerpo de Cristo era como el instrumento del Verbo, de forma que ambos unidos formaban una sola naturaleza que no era ni enteramente Dios ni enteramente hombre.
Respuestas
Frente al desafío arriano, el Concilio de Nicea sostuvo firmemente la igualdad del Padre y del Hijo, recurriendo al término "homoousios", es decir consustancial. El Hijo es consustancial con el Padre. Este término tuvo sus dificultades por no ser un término bíblico, pero expresaba la fe recibida y aún ahora el credo emeando de aquel concilio continúa usándose en la Iglesia para profesar la fe.
San Atanasio estuvo presente en el Concilio de Nicea y los años siguientes se destacó como firme defensor del término "homoousios". La cristología de este padre de la Iglesia sigue un esquema que trata de dar razón de Jesucristo como Verbo y como carne, es decir como hombre, pero hace ver que el Verbo no se convierte en hombre dejando de ser Dios, sino que asume un hombre. El Verbo, al entrar en contacto con el hombre, produce la divinización de éste.
Los teólogos antioquenos, como Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia argumentaron por su parte no solamente contra el arrianismo, sino contra el apolinarismo, afirmando la plena divinidad y la plena humanidad de Cristo. Los elementos humano y divino permanecen inconfundibles para ellos. Teodoro de Mopsuestia se expresaba diciendo que aunque hay dos naturalezas distintas, sin embargo Cristo es una sola persona ("prosopon", decía él en griego).
Nestorio y Eutiques
Nestorio, que fue patriarca de Constantinopla, llegó a afirmar, escandalizando con ello al pueblo, que la virgen María no rea madre de Dios, sino solamente madre de un hombre. El problema de Nestorio era que no admitía la unidad de Cristo. San Cirilo combatió la postura de Nestorio apoyándose en una carta del papa Celestino. Poco después se llevó a cabo el concilio de Éfeso, en 431, donde se subrayó la unidad de Cristo, de modo que se podía decir que María era Madre de Dios, y se condenó y depuso a Nestorio.
Eutiques, al contrario de Nestorio, enseñaba que después de la unión del Verbo con la humanidad ya no subsistían dos naturalezas, sino que la humana era de alguna forma absorbida por la divina. Esta postura se llamó monofisismo y fue rechazada en el concilio de Calcedonia, de 451, prevaleciendo las enseñanzas que el papa San León Magno había transmitido al obispo Flaviano en un escrito sobre el tema, donde se sostenía que las dos naturalezas de Cristo salvaguardadas sus propiedades, se unen en una única persona.
Mariología de los Padres
Primeros elementos
El centro del anuncio cristiano del primer siglo fue que Cristo, el Hijo de Dios, que murió en la cruz y resucitó, ha sido elevado al rango de Señor.
A este credo esencial aparecerá unida, desde muy temprano, la mención del nacimiento de Cristo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, como lo atestigua la Traditio apostólica, (del 215 D.C. aprox.)
Son dos los puntos que indicarán la relación de María con Jesús: su verdadera maternidad y su virginidad. Conviene indicar que la maternidad apuntaba a la realidad de la humanidad de Jesús, que negaban los gnósticos, mientras la virginidad apuntaba hacia la divinidad, negada a su vez por ebionitas, adopcionistas y otros.
Tenemos así a san Ignacio de Antioquía, quien subraya el realismo del nacimiento de Cristo, y a san Justino, quien para contrarrestar las tendencias docetas de aquellos tiempos, insiste en la maternidad.
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva, apoyándose sobre la propuesta paulina de Cristo como nuevo Adán. Para él, la obediencia de María, en contraste con la desobediencia de Eva, fue causa de salvación para todo el género humano. Ya se esboza aquí una teología de la maternidad universal de María.
Del Siglo III al V
Son cuatro los puntos sobre los que gira la reflexión mariológica: a) El reconocimiento de María como Madre de Dios, b) La virginidad en el parto, c)La virginidad después del parto y d) La Santidad.
Por lo que respecta al primer punto, ya se había extendido en la Iglesia el uso del término Theotokos, (Madre de Dios) y se usaba pacíficamente. por todos. La controversia la desató Nestorio, quien no aceptó el término y provocó un escándalo que motivó se llevara a cabo el Concilio de Éfeso, donde se proclamó solemnemente que María es Madre de Dios. En el fondo, el problema de Nestorio era Cristológico, pues no integraba en su teología la unidad de Cristo, Dios y hombre verdadero.
La virginidad de María había sido reconocida expresamente por autores como san Ireneo y Orígenes. Fue necesario sin embargo desvincularla de falsos principios, para que no fuera pretexto para favorecer doctrinas gnósticas y maniqueas que despreciaban el cuerpo. Para los padres la virginidad antes del parto, en el parto y después del parto, está ligada al nacimiento del Dios hecho hombre, que no reniega de la carne, sino que le comunica sus dones escatológicos, es decir, las cualidades gloriosas de los cuerpos resucitados.
Por otra parte, para los padres la santidad de María no es algo mágico. Por el contrario, ella dió a Dios una respuesta libre y responsable. Por eso dice san Juan Crisósotomo que a María no le hubiera servido de nada dar a luz a Cristo si no hubiera estado interiormente llena de virtud (Cfr.Com. al Ev. de Sn. Juan, XXI, 3). Muchos padres, como Orígenes, san Basilio, san Juan Criósotomo, muestran también como María siguió un camino de progreso en la virtud.
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