sábado, 30 de agosto de 2008

EL AÑO PAULINO: ECUMENISMO Y CONVERSIÓN


El Año Paulino abierto el pasado 28 de junio en la Basílica de San Pablo extramuros, en donde el Papa subrayó tres aspectos destacables del apóstol: su amor a Cristo y su valentía predicando el Evangelio; su experiencia de la unidad de la Iglesia con Jesucristo, y su conciencia de que el sufrimiento va inseparablemente unido a la evangelización; sin lugar a dudas, nos sitúa en el mejor ambiente de unidad por cuanto el hecho de haber sido abierta por Benedicto XVI la Puerta Paulina de la Basílica acompañado del Patriarca de Constantinopla y de representantes de otras Iglesias y confesiones cristianas hace pensar en la dimensión ecuménica del Año Jubilar; y no sólo el hecho de la solemne apertura jubilar ha tenido sabor ecuménico, -término derivado del griego “oikoumene” que aparece en las Escrituras cristianas, empleándose quince veces con sentidos diversos: Algunas de las cuales recupera el viejo sentido de la tierra habitada (Hch 11,28), o de imperio romano (Lc 2,1), o la llegada de una nueva y transformada oikoumene regida directamente por Jesucristo. (Heb 2,5) - sino que lo tiene también el mismo programa celebrativo de la Basílica invitando a orar juntos católicos y acatólicos en el sagrado recinto.

El Año Paulino apunta a una celebración universal, y no sólo romana, del bimilenario natalicio del Apóstol guardando ello una relación directa con la catolicidad de la humanidad, y sobre todo, con un grado de causalidad globalizadora que vale destacar en esta fiesta universal, que explica la unidad de las Santas escrituras Judías y de las Santas Escrituras Cristianas, manifestando a la vez la misteriosa unidad de origen con nuestros hermanos musulmanes.

Bien, vamos por partes: El Testimonio del propio apóstol afirma en la epístola a los Gálatas 1, 17 “ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco”. Y aunque muchos teólogos afirman que se desconoce lo que hizo Pablo en este viaje, sin embargo, puedo hacer referencia a una tradición plurisecular, según la cual, después de haber sido bautizado en Damasco, se trasladó a la ciudad de Mismiye para predicar el Evangelio a los gentiles más cercanos, los árabes nabateos. Mismiye se encuentra a 40 kilómetros al Sur de Damasco, en la tierra volcánica de la antigua Traconítide, habitada por beduinos de raza árabe sedentarizados. De ahí viene que se conociese la región con el nombre de Arabia.
Considero que esta tradición se apoya en la evidencia escriturística de Gal 1,15-16 “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre”.

Comprendida la acción que realiza Pablo en Arabia, es pertinente examinar ahora la motivación de tal quehacer, por lo cual es necesario tener en cuenta los criterios para una interpretación bíblica acorde al Espíritu que la inspiró: Prestar una gran atención "al contenido y a la unidad de toda la Escritura",ya que, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios; Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia", y estar atento "a la
analogía de la fe" (cf. Rm 12,6), entendiendo la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.

En atención a lo anterior hemos de comprender el significado del viaje de Pablo a Arabia como inspiración del designio salvífico del Padre, con relación a la promesa realizada a Agar, quien siendo sierva de Sara le dio por providencia divina un hijo a Abraham que llevó por nombre Ismael, promesa que se reconoce en el texto de Génesis 21, 9-21: “Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo. Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo. Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia. Y también del hijo de la sierva haré una nación, porque es tu descendiente. Entonces Abraham se levantó muy de mañana, y tomó pan, y un odre de agua, y lo dio a Agar, poniéndolo sobre su hombro, y le entregó el muchacho, y la despidió. Y ella salió y anduvo errante por el desierto de Beerseba. Y le faltó el agua del odre, y echó al muchacho debajo de un arbusto, y se fue y se sentó enfrente, a distancia de un tiro de arco; porque decía: No veré cuando el muchacho muera. Y cuando ella se sentó enfrente, el muchacho alzó su voz y lloró. Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación. Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho. Y Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto, y fue tirador de arco. Y habitó en el desierto de Parán; y su madre le tomó mujer de la tierra de Egipto.
Ismael creció mucho y se fortaleció en el desierto de Parán, al sur de Canaán. Se casó con una egipcia, fundó Ismailia y fue padre de 12 príncipes y tuvo además una hija, que vino a ser esposa de
Esaú (hijo de Isaac). Ismael e Isaac sepultaron juntos a su padre Abraham (Gn. 25:9). Ismael murió a la edad de 137 años (Gn. 25:17). Sus descendientes, los ismaelitas, se establecieron entre la frontera de Egipto y el golfo Pérsico. El profeta Mahoma colocó a Ismael a la cabeza de su genealogía. Según el Islam, Ismael colaboró en la construcción de La Meca.
Si bien es cierto que pan y agua significan santificación del sufrimiento, más cierto aún es que la tierra habitada por la descendencia de Abraham a través Ismael, por designio de Dios debía conocer a Aquél Pan-Agua-Vino , es decir a Jesús muerto, resucitado y glorificado, a quien Pablo anunció mediante la predicación , cumpliendo con el misterio de la inclusión a la catolicidad de los Árabes ahora mayoritariamente musulmanes, porque “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica” (cfr C.I.C nº 830).
Vale la pena resaltar que más allá del debate por determinar en qué momento acepta Pablo la autoridad apostólica, pues después, pasados tres años, subió a Jerusalén para ver a Pedro, y permaneció con él quince días (Gal 1,18), está la verdad respecto a que su anuncio fue legítimo y llevó a Cristo que lo es todo, más allá de aquellos que llevando el pan y el vino tienen a Cristo en nada.
San Pablo, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos (Fil 3,5) y enviado por Dios a sus hermanos en Abraham, nos ayude a profundizar la catolicidad que habita en quienes profesamos a Jesucristo como Dios tanto como en quienes profesan al Clementísimo y Misericordioso Alá, por un sendero de conversión.