domingo, 23 de septiembre de 2007

¿A DONDE VAN LOS MUERTOS?
Hablar del destino de los muertos, implica hablar del alma y del respeto a la dignidad de las personas, pues , en el vivir se construye el morir; y todos aquellos que de alguna manera ejercen influencia en la sociedad están obligados a construir el “buen morir” sobre el “buen vivir”, y no, a construir su propio buen vivir haciendo morir a los otros en vida, cuando por aspirar a la basura del poder, se olvidan de servir y trafican con la inocencia de sus súbditos, con la pureza de sus protegidos, con la castidad de sus gobernados, con la necesidad de los más pobres , con la salud de los enfermos, con los pecados y las culpas de su prójimo, llevando a la “degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa…lo mismo he de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que exasperan a sus alumnos”(cfr Catecismo Eclesial Católico N°2286); pues, el que escandaliza “puede llevar a su hermano a la muerte espiritual(CEC N°2284), y el escándalo “es grave cuando es causado por quienes , por naturaleza o por función , están obligados a enseñar y educar a otros”, ya Jesús denuncia a “los lobos disfrazados de corderos”(Mt 7,15; CEC 2285) , sirviéndonos la misma doctrina de auto examen .
Así, dar respuesta a este interrogante, exige volver la mirada a fuentes autorizadas que garantizan la verdad de lo que se afirma; y en el contexto cristiano universal tales fuentes corresponden a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. En este sentido no haré nada distinto a presentar la riqueza de las fuentes, abordando primero lo que la revelación pedagógicamente va desarrollando progresivamente respecto a la muerte, para dar a conocer su sentido definitivo. Vale la pena aclarar que la muerte como hecho, solo se comprende en la perspectiva de la Escritura si atendemos al conjunto total, pues, pretender aproximarse a esta realidad parcialmente desde un texto particular es equívoco. Lejos de esquivarla, la Escritura comienza por mirarla de frente con lucidez: muerte de los seres queridos que, hecha ya la despedida (adiós) (Gn49)provoca la aflicción de los que quedan(Gn 50,1;2Sam 19,1ss), pensamiento amargo para quien goza de los bienes de la existencia, pero bien deseable para quien se ve agobiado en la vida (Eclo 41,1ss) ;algunos lloran por su muerte próxima (2Re20,2ss), otros la llaman a gritos (Job 6,9;7,15). En esta pedagogía de revelación , el libro de los salmos manifiesta que el difunto “no existe más” (39,14;Job7,8.21;7,10) esta impresión aquí presentada de inexistencia, se da porque el “más allá” no es asequible a los vivos; pero en el desarrollo de la revelación , se evidencia que la muerte no es, sin embrago , un aniquilamiento total; pues aun el destino final tras la muerte es concebido como “lugar de silencio” (Sal 115,17), de perdición , de tinieblas, de olvido(Sal 88,, 12 ss, Job17,13), y una vez franqueadas las puertas de la muerte (Job 38,17; Sab16,13), no hay retorno posible(Job 10,21ss); solo Jesús vencerá la muerte y resucitará para darnos el don de la nueva vida.
Las imágenes presentadas no hacen aquí más que dar una forma concreta a impresiones espontáneas que son universales y a las que todavía se atienen muchos de nuestros contemporáneo. La acción profética , supera toda impresión humana espontánea sobre la muerte, invitando al ser humano a convertirse a fin de salvar su alma de la muerte (Ez3,18; cfr Sant 5,20), anunciando la liberación definitiva de la muerte, por cuanto “ los justos que duermen en el polvo de los infiernos resucitaran para la vida eterna, al paso que los otros permanecerán en el eterno horror (Dan 12,2;cfr Is 26,19); quedando fundada en la Escritura la inmortalidad del alma por la esperanza de la resurrección(2Mac 7,9.14.23;14,46); expresada ya en el pensamiento con que Judas Macabeo inauguró la oración por los difuntos (2 Mac 12,43ss; Sab 3,3-4), ahora ya la vida eterna cuenta más que la vida presente.
En la experiencia de Jesús es calara su enseñanza en la dirección que suspenden los profetas, al afirmar una “calidad de existencia” tras la muerte: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna”(Mt 10, 28); pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si arruina su propia alma? O ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su alma?(Mt 16,26). Afirmada una calidad de existencia tras la muerte, podemos ahora según la Escritura aproximarnos a su sentido único y diverso. Tras la cesación de la “vida mortal”, el alma al no poder expresarse ya sin cuerpo, entra en la “calidad de existencia” denominada “infiernos”, calidad de existencia de la cual participó Jesucristo, y confesada por el Símbolo (Credo) de los apóstoles en el artículo “Descendió a los infiernos…, para significar la entrada total del Señor en la muerte, destino final de todo ser humano; destino que fue vencido por Nuestro Señor que al haber gustado la muerte (no por el pecado propio, pues en El no se halló pecado 2 Corp. 5,21; NJ 8,46;Rom 8,32)… resucitó al tercer día luego de anunciar hasta los muertos la Buena Nueva (1Ped 4,6); sin haber padecido la corrupción propia del cuarto día (Jn 11,39)vino a ser el primogénito de entre los muertos ( Col 1,18). Ahora bien, tras la calidad de existencia denominada “los infiernos” (entrar plenamente en la muerte), los muertos pueden participar del infierno, del cielo y del purgatorio. El CEC en el numeral 1021 afirma el juicio particular que cada ser humano recibe, después de morir, en su alma inmortal, como retribución eterna, refiriendo su vida a Cristo; apoyado en los textos de 2Tm 1,9-10; Lc 16,22;23,43; 2 Cor 5,8;Flp 1,23;Heb 9,27;12,23; Mt 16,26.
L a calidad de existencia “cielo” que se afirma en el numeral 1023 se da para los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es (1Jn 3,2), cara a cara. Vivir en el cielo es “estar con Cristo”(Jn 14,3; Flp1,23;1 Tes 4,17). El infierno y su eternidad es afirmado por la enseñanza de la iglesia (CEC 1035): “las almas de los que mueren en pecado mortal, descienden a los infiernos (entran como todos a la muerte) e inmediatamente sufren las penas del infierno”; significadas en las expresiones de la Escritura: “fuego que nunca se apaga”(Mt 5,22.29;13,42.50; Mc9,43-48) , “horno ardiendo” (Mt 13,41-42), “fuego eterno”(Mt 25,41), “tinieblas, llanto y rechinar de dientes (Mt 8,12). La pena principal de infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad. Finalmente, el purgatorio es llamado por la iglesia “la purificación final, para los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (CEC 1030). Los Concilios de Florencia y Trento han afirmado la doctrina de fe de la iglesia, respecto al purgatorio, según la tradición apoyada en los textos de 1Cor 3,15; 1Ped 1,7; y también en la práctica de la oración por los difuntos (CEC 1032). “En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la iglesia solo puede confiarlos a la misericordia divina”(CEC 1261).

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