Un homenaje al amigo, a casi un año de su partida...
La sencillez y humildad de aquel que se convierte en un homenaje a la historia humana y social, en cierto momento generacional; ya que nacer a iluminar sin restricciones los diversos ámbitos de la existencia individual, colectiva y nacional; sin lugar a dudas, exige generosamente a cualquier pluma plasmar por signos, en condición de reconocimiento y gratitud cada acontecimiento, cada huella, cada aporte, y cada significación a manera de exaltación por el trazo de una senda espontánea; y a la vez de profundas implicaciones transformadoras, que sobreviven al paso del tiempo en la evocación de la memoria de todos aquellos que nos han participado su legado.
Así, no es mi pretensión hacer de estas letras un homenaje a la vida y obra del ya fallecido doctor Daniel Arango Jaramillo, sino ceder con ánimo libre y espíritu dispuesto al imperativo de la historia, y reconocer que su vida y obra son un homenaje viviente de 87 años, que con su labor humilde y abnegada hizo a la nación colombiana, perdurando en los colectivos sociales y en los individuos que conociéndole o no, hemos tenido la fortuna de recibir directa o indirectamente los beneficios de sus acciones, y por qué no decirlo, también de sus ideas que se constituyeron en pensamientos vehementes, inspiradores en muchos otros de bálsamos y remedios suficientes, convertidos, bien en acuerdos, decretos o artículos, dignos de un ser humano, que hizo honor al significado hebreo de su nombre bautismal, y vivió a la manera de quien puede decir: Dios es mi juez.
El abogado, escritor, periodista, historiador, educador y hombre político Daniel Arango Jaramillo, fallecido el día martes 27 mayo de 2008 en la ciudad de Santafé de Bogotá, tras haber llevado una vida intensa, tan intensa como sus propios pensamientos inquietando incesantemente su razón, cual su pluma siempre sobre el papel, pareciendo estar con el alma puesta en un hilo, trazando en lírica excepcional , o en prosa maravillosa reflexiones y grandes contribuciones a la sociedad colombiana; se constituye orgullosamente para los villavicenses en una de las personalidades con mayor influencia en la conformación de Colombia en el siglo XXI; y así tendrá que llegar a ser reconocido públicamente, de tal forma que sus aportes deberán ser minuciosamente revisados, interpretados e integrados en los contenidos curriculares del sistema educativo moderno.
Nacido el día lunes 25 de Abril de 1921, en una típica casa campestre del sector de Buenavista en Villavicencio, año en que los Hermanos de la Salle se establecen para fundar su colegio; vive su infancia temprana en esta ciudad, mostrando que el niño es el padre del adulto; ya que, sólo en las raíces de la infancia se escribe la biografía de cada hombre , dando así muestras claras de cualidades excepcionales en el manejo inicial del lenguaje, tanto en lo escrito y en lo verbal; sumado al hecho de ser un crítico por antonomasia, que derivaba preguntas de las preguntas para continuar inquiriendo. Es un buen momento para rememorar una corta charla que sostuve con él en la cafetería de la Universidad de los Andes, donde me dijo: “La verdad es una gran pregunta, siempre en estado potencial de respuesta, para volver a ser cuestionada”. Considero que este hombre puede sin lugar a dudas constituir el paradigma de un ilustre, capaz de concebir la verdad en una misma y única realidad, susceptible de ser transformada a diversos y variados lenguajes, análogamente a lo que fue su naturaleza; concibiendo la política, ya como lección para ser compartida, ya en términos de poesía discursiva, o como arte del ingenio para relacionarse. Haciendo de la educación el mejor arte manifiesto de la política, concibiendo en ella el mejor instrumento de la diplomacia, o el vehículo más óptimo de la historia. Descifrando la diplomacia como el arte de la política educada.
Desde sus primeros años empieza a recibir las enseñanzas de su madre, doña Elvia Jaramillo de Arango, oriunda de Pereira; enseñanzas iniciales con sabor a ternura y suave disciplina, que aprendidas con avidez casi prematura delineaban los pasos que daría siendo estudiante en la escuela primaria de La Salle en Bogotá; manifestando de forma ejemplarizante su gran consagración y constancia por los estudios elementales. Los informes que hablan de su prolijidad en las aulas, descubren que se trató de un niño excepcionalmente entusiasta por el estudio, que a los seis años ya sabía leer y recitaba de memoria el catecismo y, algunos fragmentos del libro de Rafael Pombo titulado Cuentos pintados y cuentos morales para niños formales, siendo presentado por los maestros a modo de ejemplo ante los demás estudiantes.
A la constancia de sus primeros años se sumó un noble apasionamiento por las ideas, pasión que marcó toda su vida, y que se hizo con el paso del tiempo más evidente. Cuando era un joven y recibió el grado de bachiller en filosofía y letras en el colegio San Simón de Ibagué en el Tolima, era perfectamente clara su inclinación por las ciencias humanas, y hacia el destino se perfilaba un hombre de profundas convicciones liberales, no solo como político; sino un intelectual que alcanzaría la admiración de muchos como parlamentario, orador, conferenciante; y que formaría en el humanismo a varias generaciones de discípulos introduciéndolos, en la historia de Grecia y familiarizándolos con Sócrates, Platón, Aristóteles, Séneca , Virgilio…
Dedicado a estudiar; consagraba gran parte de su tiempo a la lectura, especialmente de textos filosóficos, o que hacían mención a la literatura clásica occidental y, por supuesto, la latinoamericana; ya fuera en su casa paterna durante jornadas extraescolares, incluso en momentos que otros dedicaban al descanso o a las vacaciones. Complementaba su gusto por el conocimiento, compartiéndolo de manera altruista con el que lo necesitaba, dando clases o explicaciones gratuitamente, de lecto-escritura, idiomas; entre los que apreciaba mostrando un buen desempeño por el Latín, griego, francés, portugués, y no menos por el inglés, filosofía y de literatura a los que manifestaban deseos de aprender, poniendo a disposición su biblioteca, una de las cosas que tanto apreciaba, quizá con el aprecio que llegó a tener por su Willys modelo 54.
El altruismo que en todo momento le acompañó, le permitió primero donar espiritualmente la ciencia social a través de más de 54 años de docencia en aulas y auditorios de colegios o universidades, en clases, cátedras o conferencias, para terminar haciendo entrega material de su biblioteca personal a la Casa de la Cultura Jorge Eliécer Gaitán de Villavicencio y a la Biblioteca Municipal Germán Arciniegas en el departamento del Meta, que cuando fue inaugurada, asignó por nombre a su hemeroteca el de Daniel Arango Jaramillo. Vale la pena aclarar, que este gesto simbólico dejó sentado su compromiso irrefutable con las generaciones pasadas, presentes y por venir de su querida patria chica, como le llamaba al Meta; compromiso al que nunca renunció y cumplió de manera espontánea y natural, sin espectacularidad mediática de ninguna clase; ya que, como un solitario social, reconocía que su digna singularidad se descubría y hacía plena solamente en la apertura a los demás. Sabiendo que la grandeza y fama de un ser humano no se mide por la cantidad de apariciones en medios gráficos o audiovisuales, él tenía claro que los espectáculos mediáticos son exigidos por los sociales solitarios, que al no reconocer su propia identidad y digna singularidad, necesitan refundirse en la masa caótica de quienes pretenden diseñar la opinión pública.
Los materiales donados revelan sus predilecciones intelectuales, musicales y cinematográficas; puesto que, gran parte de los mismos fueron comprados personalmente por el doctor Daniel Arango, y otra parte significativa del repertorio son obsequios y donativos de escritores y críticos, por lo que en algunos ejemplares se encuentran dedicatorias originales.
El educador.
Como educador Daniel Arango Jaramillo inició su labor formidablemente, en la que se desenvolvía con sabiduría en diversos escenarios y por variadas disciplinas: desde sus clases de literatura colombiana en el Colegio Nicolás Esguerra de Bogotá y la Escuela Normal Superior entre 1945 y 1946 , hasta sus profundas reflexiones como profesor de humanidades en la Universidad de Los Andes, a la que se vinculó desde muy joven y, aunque ocupó diversos cargos en la administración pública y en la política, sus nexos con esa alma máter nunca se perdieron. Después de ser su decano de estudios durante 1950 a 1952, ocupó el cargo de vicerrector hasta el año 1959. A esta Universidad, Arango Jaramillo le impuso una mística educativa, orientada hacia la construcción de la responsabilidad social del conocimiento; rasgo común a su vocación singular de servicio, promoviendo la organización de un programa editorial, que comprendía la divulgación de los autores clásicos; so pretexto, para la reflexión sobre la variada problemática nacional , pues de forma inmediata o mediata se alcanzaba amplias capas de la sociedad, influyendo notablemente en el rumbo y proyección, que a futuro tomaría la universidad en la labor de contribuir al diseño de profesionales, que requería el país para activar los diversos sectores desde la dinámica laboral hasta la administración de lo público, proyecto que se consolidó al retornar al país luego de su estancia en el exterior a raíz de sus misiones diplomáticas, y el restablecimiento de sus nexos con la Universidad, mediante la creación de la revista Texto y Contexto, de la facultad de Humanidades.
Como hombre de letras e intelectual, se desempeñó además dirigiendo la Revista de la Policía Nacional en el año 1946; destacando en la práctica de consultoría, que la gestión de la revista institucional no debía ser una instancia de comunicación unidireccional, solamente dirigida por un emisor que decide y evalúa los contenidos comunicables a un receptor que debe restringirse a informarse sobre los temas que otro valora en calidad de importantes. Identificó, además, cómo el análisis de las diferentes temáticas eminentemente técnicas que solo pudieran interesar a un segmento de la Institución, resultaban inconvenientes; con estas características, la revista presentaba no solamente un bajo nivel en sí misma, sino que mostraba un bajo nivel de la institución en general. Magistralmente el profesor en su gestión de director; concibió la revista como un canal de comunicación y no la comunicación en sí misma, constituyendo con esta iniciativa, una estrategia de comunicación orientada hacia la cultura organizacional y hacia sus problemáticas internas.
En la función de Secretario de la Oficina de Control de Noticias en Bogotá, durante 1945; época en que se abre una etapa en la que ocupó lugar protagónico el debate público acerca de la verdad de los crímenes contra la humanidad; su acción se encaminó, no como pudiera pensarse, en un control estatal de lo que se podía o no informar, y de la manera en que se debía hacer; sino en que efectivamente se informara respecto a todo asunto sin sesgo alguno. Su calidad de profesor ocupado ahora en la faceta de periodista, le permitió transmitir a las nuevas generaciones de comunicadores; no sentir temor a que se removieran del pasado muchos montajes y mentiras acumulados en décadas de violencia: operaciones encubiertas, manipulación de pruebas, justificaciones de las atrocidades y leyes de impunidad. Estaba convencido, como siempre lo estuvo, que las interpretaciones sesgadas cualquiera fuese su origen, había que controvertirlas a fondo, y que los medios informativos no debían subordinar las noticias a su filiación política particular, que en muchas ocasiones extrapolan a la opinión pública disquisiciones simplistas de los acontecimientos.
El tiempo fugaz al frente de tan importante oficina, sirvió para que en el futuro el conjunto de la nación, se pudiera acercar de manera más objetiva a los temas en discusión y se sopesaran con tranquilidad las dos tesis en la génesis del conflicto; la primera, era de dominio público y por lo tanto más simplista, como la de una mera confrontación sectaria entre civiles liberales y conservadores, que habría dado origen al surgimiento y evolución de los grupos armados ilegales; la segunda, que vinculaba los métodos de terrorismo estatal que han operado tanto dentro y fuera del conflicto armado en Colombia, requiriendo del concierto veraz para la indagación de informes y documentos.
Bajo el mandato del Presidente Guillermo León Valencia, fue Ministro de Educación, nombrado el 1 de septiembre de 1965 por decreto 2317, desde donde dio un fuerte impulso a la educación, en todos los órdenes. En beneficio de los sectores populares y minoritarios, es considerado uno de los gestores de la Ley 22 de julio 25 de 1966 por la cual el Congreso Nacional fomenta el Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos; insistiendo además, en la política pública de implantación misiones culturales y apertura de bibliotecas. En el ámbito de las artes, apoyó artistas destacados y fomentó la pluridimensional expresión de las manifestaciones artísticas, aún en la recreación y deporte.
No es exageración afirmar que el ministro Arango, era para aquella época todo un diplomático potencialmente aventajado; siendo de grata recordación la forma vehemente y elocuente, en que expuso dentro del marco de la celebración de los Juegos Panamericanos de1967 en Winnipeg; el deseo esperanzado de Colombia y Cali, por realizar en esa ciudad los VI Juegos Panamericanos de 1971.
Abonó el terreno para que Jorge Herrera Barona expusiera con lujo de detalles el plan de los Juegos, obras deportivas, adecuación de la ciudad para las justas, los preparativos técnicos y las realizaciones deportivas; obteniéndose el feliz y lúdico resultado, la consecución de la sede para la Sultana del Valle, el 22 de julio de 1967 cuando la ODEPA, máximo escenario de decisiones deportivas internacionales en esta materia, votó a favor de Cali.
Algún educador podría decir con respecto a la educación que las cosas no cambian, que el hoy es el mismo antes que se tornará después. El Educador Daniel Arango, en cambio, concebía la educación con carácter de plena actividad, en que esencialmente la tarea es equivalente al empalme generacional de circunstancias cambiantes y exigencias modificables, tendientes a la convivencia social; por tal razón, quienes tuvieron la fortuna de participar en sus clases, en diferente tiempo y perteneciendo a distintas generaciones, pueden corroborar que nuestro eximio profesor, nunca, ¡absolutamente nunca! repitió contenidos, discurso o exámenes de una misma cátedra en igual semestre de distinto año, con diferentes estudiantes. Sus clases de Cultura griega, Cultura romana, Edad media, Renacimiento, Hermenéutica, y Filosofía del derecho, fueron en todo instante novedosas y novísimas; esclarecedoras de muchas preguntas que inquietaban a quienes las recibían, e iluminadoras de las coyunturas históricas en las que se circunscribían.
Su tarea de profesor -tratamiento que le agradaba dentro de las aulas, porque profesó lo que enseñaba-, fue la de guiar a sus estudiantes en el proceso de amar el conocimiento; enseñándoles a discernir por sí mismos y a coexistir solidariamente, mediante razonamientos que purificaban el entendimiento, a fin que se vieran libres de engañar o ser engañados; fortaleciendo el respeto a sí mismos y a todos. Su labor compleja y transgeneracional enfrentó y superó los retos propios de cada década; con un saber pedagógico enriquecido, con la psicología educativa del aprendizaje profundo -desconocido para muchos de sus contemporáneos-, con la sociología y la antropología humanizadora de los seres individuales u organizados en colectividades.
Nunca perdió de vista la perspectiva educadora en términos de preparar a los estudiantes, con proyección a modelos de sociedad con estructuras institucionales más complejas; pero edificadas en preposiciones simples, de tal manera, que cada uno fuera competente en interpretar las claves de la cultura y capaz de comprometerse para innovarlas y perfeccionarlas. Sabía con plena seguridad que la buena educación, hace que la educación sea buena , y por ello, al entrar en contacto con las personas, en las aulas o fuera de ellas, no le bastaba interesarse en sus procesos de socialización y cognición; cuanto más se proponía, era integrarlos críticamente a la cultura, prefiriendo la sencillez a la soberbia, la sensibilidad a la dureza, el respeto a la brutalidad y la ética a la inmoralidad.
Educador al servicio de la nación, fue además, director de Museos y Exposiciones del Ministerio de Educación Nacional y jefe de la sección de Bellas Artes del Ministerio de Educación. Conservando sus profundas convicciones, ejerció su labor educativa, caracterizado por la formación humanística que dejó impronta en sus estudiantes; por el respeto a los caros valores del espíritu, por el amor a la historia y por su capacidad de servir rectamente a la sociedad, con una elevada estatura moral e intelectual, apreciada por muchos y cuestionada por pocos.
El escritor
Durante las décadas del 60 y 70 fue destacado escritor poético; de elevada y fina calidad lírica al iniciarse con el grupo Post-piedracielista de Cántico, influenciado por su contemporáneo gran amigo Eduardo Carranza y el movimiento literario de los piedracielistas. Bien se podría decir que Arango interpreta a Piedra y Cielo en lo complejo de una afortunada y extraña combinación de hechos: Un proyecto editorial conjunto, un gesto iconoclasta y el reflejo de ese binomio que después, muchos quisieron tildar de un mito; pero que bajo la pluma del magnánimo escritor se resistía a desaparecer.
Hablaba con conocimiento de causa del fenómeno literario acaecido en Bogotá; cuando entre septiembre de 1939 y marzo de 1940, se publican siete delgados cuadernos de poesía presentados por la editorial Lozano y Lozano con el formato de fascículos con versos nítidamente impresos que dirige, edita y costea el joven adinerado poeta Jorge Rojas.
A su decir, estaban editados en láminas sueltas de papel grueso que no perdía su forma, en una edición impecable que acercaba e invitaba al lector a su goce. Y continuaba su exposición con la certeza de maestro erudito, detallando pormenorizadamente las obras que conocía, porque había leído en orden de aparición: La ciudad sumergida, de Jorge Rojas; Territorio amoroso, de Carlos Martín; Presagio de amor, de Arturo Camacho Ramírez; Seis elegías y un himno, de Eduardo Carranza -una de mis preferidas-; Regreso de la muerte, de Tomás Vargas Osorio; El ángel desalado, de Gerardo Valencia y Habitante de su imagen, de Darío Samper; aclarando que los integrantes de Piedra y Cielo fueron entonces quienes publicaron en los cuadernos, de los cuales no forman parte ni Aurelio Arturo ni Antonio Llanos, según se decía en muchas oportunidades.
Tomando en sus manos uno de los cuadernos, proseguía: “Además de los versos, cada uno de los cuadernos viene acompañado de una introducción, en la que se luce en una especie de poética los objetivos que inquirían con éstos; el pensamiento del poeta y de la poesía que tenía el grupo, elaborada con trazos de espíritu franco e irreverente por Jorge Rojas en nombre de todos”.
Humilde hasta siempre, nunca hizo alarde por los círculos a los que perteneció y pertenecía, y con esa misma cualidad de su carácter , refería entre gestos que marcaban la añoranza de un pasado, cuando los nacidos en el llano no temían pensar, escribir o decir sin temores a los embates del sistema, aunque se perteneciera a ellos, cómo algunos meses después de la publicación de esos magníficos cuadernos, Eduardo Carranza escribió un artículo titulado Un caso de bardolatría; en el que también en nombre de Piedra y Cielo arremetía contra la tradición poética de Guillermo Valencia y mostraba los poemas del movimiento a manera de alternativa a esa poesía. Para terminar, decía entre sonrisas ingenuas: ”Éste fue juzgado por algunos de iconoclasta y desató una controversia como quizá jamás había existido en este país, la cual ocupó grandes extensiones en las páginas del Diario El Tiempo, y digo, diario -aclaraba-, porque parece que en mi juventud ocurrían más y mejores sucesos que merecían ser informados; fue así que el problema referido a lo que debía ser la creación poética alcanzó al conjunto de la sociedad y vinculado a él, el nombre de Piedra y Cielo. ¡Ah!; pero el escándalo con el que penetró Piedra y Cielo no se suscitó ciertamente por sus versos sino por las manifestaciones de Eduardo Carranza o por las confesiones manifiestas, que los críticos no encontraban amparadas en los versos del movimiento literario”.
El asunto fue que se desencadenó la polémica y el país vertiginosamente apareció fraccionado en dos corros poéticos: Los que estaban de acuerdo con los fundamentos que defendía Eduardo Carranza en nombre de los piedracielistas y los que en cambio, le controvertían; escribiéndose artículos de aquí y de allá en que se contradecía y se refutaba; daba la impresión que la intelectualidad del país se hubiera puesto por labor reunirse en torno al problema de la creación poética, como si todos estuvieran frente a los mismos interrogantes: ¿De qué temas debían ocuparse los poetas y de cuáles recursos debían valerse? ¿De qué forma se debía mirar la tradición poética del país? ¿Cómo debía realizarse la crítica literaria y cuál era el tono que debía emplearse?
Los antecedentes de primera mano y la amistad que tuvo con el círculo piedracielista, si bien, alimentaron aunque no definieron su vena literaria, le llevaron a producir un sinnúmero de escritos críticos, en los que se destaca por el genial ensayo sobre Porfirio Barba-Jacob, ensayo que apareció publicado en libro con el título de Antorchas contra el viento en 1944. Al igual que todo gran escritor cuando es humilde, nunca se preocupó por recoger en volumen su extensa producción poética, la cual fue justamente apreciada en su legítimo valor literario, a juicio del maestro Manuel Antonio Bonilla en su libro La palabra triunfante; aunque algunos de sus poemas aparecieron más tarde en selecciones, como la Antología de la nueva poesía colombiana en 1949.
La historia le haría justicia cuando sus escritos poéticos fueron recogidos en un volumen titulado La Ciudad de Is; editado por el Instituto Caro y Cuervo en 1996, en la categoría de ensayos y notas de juventud, fruto de su inagotable lucidez y producción en docencia y política educativa; que aparece indexado en el catálogo del instituto, correspondiente al año 2007 en la sección La Granada Entreabierta, bajo el número 82 , ya agotado, vale decirlo, por el gusto que presenta a la razón y al espíritu en su contenido.
Se destaca además el libro de su autoría que lleva como título La tragedia griega, que cuenta con 92 selectas páginas, publicado por el mismo instituto en 1977 y catalogado en la sección de publicaciones fuera de serie; siendo además célebremente recordado por dos artículos publicados en la Revista de las Indias; El primero titulado Carta a Pablo Neruda, del año 1943, en el que le reprocha al chileno haber escrito un poema respecto a una anécdota: La batalla de Stalingrado; y el segundo, En torno a la conmemoración de Rafael Pombo, publicado en octubre de 1945.
Escritor y, como tal, de la nobleza de los recios nacidos en el llano, sólidos e íntegros, fue este hombre extraordinario, del recuerdo de muchos colombianos, entre éstos tanto los eruditos como los semicultos y los que, anhelantes siempre de no pecar de ignorancia, se acercan, ingenuos y sencillos, a los que les pueden dar lección en muestra de sabiduría. Un educador, un escritor, un político, un diplomático, si son buenos, su bondad se hace visible, por tanto atrayente, de lo que se sigue que su obra nos alcanza a todos. Y es que la bondad es ineludiblemente expresiva y halla siempre reverberación en el interior de cada ser humano, de su mente, de su corazón, de su alma y de su espíritu.
Retumba en el alma, merecidamente para hacerlo nuestro, lo que los hombres notables y sencillos propagan en la sociedad y nos toca la fibra sensible, inflexible lógicamente y de hecho, por el mismo asunto, de palpitar por aclamación de ese escritor, educador, político y diplomático.
Se revela en sus escritos a un pensador de discernimiento objetivo, movido, consecuentemente al análisis de lo social, de las cosas, de los sucesos, de las realidades; y de ingenio subjetivo, atento simultáneamente a esclarecer las implicaciones y complicaciones de la conciencia humana; despertando inusitado interés en todo tipo de lectores, quienes, se allegan a él complacidos, como lanzados en llegar al fondo de su propia humanidad, en la que acertamos a encontrar la nuestra.
Bien se pudiera afirmar, que en los ensayos de Arango se reconoce a un filósofo social-crítico, que todo lo percibió bajo el código de lo humanísticamente lírico y artístico en el ser humano; que lo impulsaba hasta no dar con él en cada una de las realidades que lo apasionaban, ya fuera la literatura, la reflexión social, la sencilla lección en un colegio o la elevada cátedra en la universidad; pero principalmente al ser humano, al ser humano en términos específicos, sin desconocer al universal, al ser humano que habita nuestro territorio y que está supeditado, a veces sin justicia a un marco legal, socioeducativo ,político y cultural que reclama la renovación desde lo clásico, sin ambigüedades o anquilosamientos. El ser humano colombiano, sin distinción de género o calificado según las tendencias que minan su dignidad y le subvaloriza. El varón y la mujer, nacionales colombianos, debían a su juicio conformarse al modelo de una armonía liberalmente clásica y trascendente, congruente al ánimo evolutivo que ubica lo social no como una brida que condiciona las facultades humanas al estilo de una esclavitud bien administrada estatalmente, sino como una posibilidad dada con carácter de inmediatez, que nos despierta a las inquietudes trascendentales, capaz de cuestionar vehementemente entre cielo y tierra toda autoridad, toda institucionalidad, sin atentar eso si, contra lo humano que habita en las personas.
Reflejan sus escritos, la continuidad de las ideas de los clásicos griegos, y por qué no decirlo, la síntesis del pensamiento medieval vertido en la reflexión siempre nueva de lo social; situándose adelante de la historia, en la enunciación descriptiva de un humanismo personista, que aboga literariamente por la superación de cualquier calificativo de lo humano, argumentando que el ser humano antes de ser marxista, cristiano, ateo, o pertenecer a denominación alguna, es persona, y que ningún ‘ismo’ tiene capacidad definitoria frente a lo humano; considerando que los fracasos de los humanismos precipitaron a la sociedad de su época a la involución, o en el mejor de los casos al estancamiento.
Se halla presente en toda su producción literaria una elocuencia irrefutable. Con su expresión avasalladora: Cerca, aprisiona y, a la vez, se dirige con precisión certera y sincrónica a la inteligencia y al corazón, para convencer y persuadir; apareciendo áspero, sin lugar a dudas, cuando cuestionaba a los que poco se preocupaban por la sociedad, en su afán de rapacidad. Su reprimenda fue implacable y gallarda, siempre de gran valentía, nunca tuvo, como dice el adagio popular, pelos en la lengua. Fue el continuador de un renovado espíritu literario e intelectual, del que se privilegió la universidad de los Andes tan solo a cortos dos años de su fundación en 1948, y a la que sirvió con denuedo.
Mi amigo, mi entrañable amigo, dígase lo que se quiera decir en contra, pese a sus detractores , a los que desprecian a quien desconocen, combaten o ignoran; por tanto, es un arquetipo en el que los colombianos deberíamos buscar los rasgos de nuestra propia identidad; identidad que en él se construyó como síntesis de elementos comunes y singulares: Su familia, baluarte que en cabeza de su padre don Francisco Arango, originario de Sonsón y gestor de importantes procesos , debió recorrer otras provincias de nuestra geografía nacional, lo que le sirvió para tener trato con variados sectores idiosincrásicos de nuestra composición étnica, su vida de estudiante, sus desasosiegos intelectuales insatisfechos, gracias quizá a la deficiencia intelectual de algunos de sus maestros -si a caso se les puede calificar de tales-,la vacuidad expresa de muchos compañeros; la hegemonía del contexto político, todo esto ayudó en él a forjar su cosmovisión crítica y un conocimiento próximo de lo que es el ser humano .
En sus ensayos, recogidos en las exquisitas 603 páginas de La Ciudad de Is; se descubre que el ilustre Daniel al comunicarnos su intención, estaba en lo cierto, al permitirnos acercarnos literariamente a nuestros orígenes culturales, que eran también los suyos, ya que, compartimos su territorialidad, su nacionalidad y la naturaleza sobre la que se edificó ese gran hombre: Educador, escritor, político y diplomático; debiendo constituirse como referencia imperativa para todo aquél, que a futuro quiera transitar por la historia y la literatura nacional .
El político
La figura del doctor Arango Jaramillo, en esta faceta deberá ser recordada por su profunda influencia en la actividad del siglo pasado. Su participación en la vida política del país, coincide con momentos históricos fundamentales en la resignificación de nuestra identidad, y de identidad nacional. La inclusión premonitoria en este campo, comienza cuando se graduó en Derecho y Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional de Colombia en 1943; guiado en la práctica por su preceptor Jorge Eliécer Gaitán, de quien recibió una profunda influencia en su recorrido político, junto a la cátedra de Derecho Penal.
Su incansable búsqueda del conocimiento y la intención siempre presente de dar lo mejor de sí, manifestando la propia naturaleza política; lo llevaron a París, en donde se tituló como auditor libre en humanidades en La Sorbona, luego de culminar sus estudios en el período de 1959 a 1960. A su regreso de París, adonde sin saberlo retornaría años más tarde con cargo diplomático en innumerables tareas; con la aplicación y excelencia que le caracterizaron desde niño, realizó estudios de doctorado en derecho y ciencias políticas durante los años 1971 a 1973, en la también prestigiosa Universidad Externado de Colombia.
Su actividad política estuvo marcada por importantes momentos desarrollados en el departamento del Meta: Entre 1962 y 1964 ocupó la curul de diputado, desempeñando la función de presidente en la Asamblea Departamental; fue el quinto gobernador, nombrado y posesionado en funciones de 1964 a 1965, apoyado por sus compartidarios, los doctores Hernando Durán Dussán y Ernesto Jara Castro. Siendo justos, debemos reconocer que fue muy buen diputado y gobernador, siempre atento a buscar las soluciones más convenientes, a todas las dificultades por las que atravesaban los municipios, agobiados por necesidades de antaño que se convertían en focos de protestas, que en la mayoría de ocasiones la oposición pretendía utilizar, no a favor de la sociedad, sino de los minúsculos y oprobiosos intereses partidistas. Su espíritu siempre dispuesto a establecer consensos; le permitía reunirse con miembros de diversas tendencias, llegando al punto de ser tratado como un compartidario y no como un adversario.
Su acción política en el Meta, es de agradable reminiscencia, ya que gestionó e impulsó la terminación de las obras iniciadas, tal el caso de la Avenida de los Fundadores en Villavicencio; a la vez que canalizó nuevas iniciativas de desarrollo regional, sobre todo, las tendientes al fortalecimiento del campo y la ganadería.
El establecimiento de una de las siete estaciones experimentales en el departamento, la estación de La Libertad, contó con su gestión y buenos oficios ante la Corporación Instituto Colombiano Agropecuario, lo cual representó un factor importante de progreso que perduraría en el tiempo, por cuanto, se iniciaron el programa de algodón, la adaptación fisiológica de novillas Holstein y el servicio de análisis de suelos; sin olvidar el servicio de radioteléfono para los hatos de la región, que se consiguió por gestión ante FEDELLANOS.
Político liberal, con liberalidad de espíritu, actuó sin sectarismos conjuntamente con los representantes de la Iglesia Católica y del conservatismo, que es lo mismo decir, para promover la educación e impulsar iniciativas de desarrollo ante el primer mandatario de la nación; procurando que las mismas fueran siempre incluidas en el presupuesto estatal. En su gobierno se instituyó el Festival Folklórico y Turístico del llano, y se rescató además, la celebración de actividades culturales, charlas, tertulias y fiestas patronales; motivando el festejo de las efemérides patrias.
El departamento del Meta, siempre tuvo en él un hijo dispuesto a representarlo en las contiendas políticas fundamentales; tal es el caso de su candidatura a la Asamblea Nacional Constituyente en 1990, a nombre de los llamados Territorios Nacionales, tomando como bandera y principal tesis elevar a categoría de departamentos las intendencias y comisarías, exigiendo que el Estado se obligara a prestarles asistencia económica, técnica y administrativa después de un año de haber sido aprobada la Constitución. Tenía en mente, también, crear un instituto descentralizado que se ocupara de la preservación del ambiente y de los recursos naturales en la Orinoquía y la Amazonía. Aunque no fue electo, sin embargo, gran parte de su ideario quedó plasmado en el artículo 309 de la Constitución Política de Colombia de 1991, entre otros.
Su condición e idoneidad humana probada, de persona siempre vinculada a la región, le permitieron ser designado junto al doctor Aurelio Martínez Canabal, en calidad de representante para el seguimiento del proceso electoral en el Meta, mediante el decreto 1214 de junio 16 de 1994, proceso que se realizaba en todo el país y que conduciría a la elección del sucesor del presidente César Augusto Gaviria Trujillo.
En el ámbito nacional llegó a fungir como encargado de la Presidencia, por ausencia del Presidente Carlos Lleras Restrepo entre 1970 y 1972; fue vicepresidente de la Sociedad Económica de Amigos del País, representante a la Cámara y presidente de la Comisión V entre 1974 y 1978; concejal y presidente del Concejo de Bogotá en 1978, asesor cultural del Banco de la República en 1979, hasta cuando fue enviado con el encargo de embajador ante la UNESCO en París, funciones todas que desempeñó con no menos virtud y entrega, enalteciendo la naturaleza de la política en el servicio público.
Siempre el político estuvo cimentado sobre la profundidad y elocuencia del orador, y el educador exigía la reclamación de los derechos; siendo memorable su elocuente intervención como miembro de la Cámara en septiembre de 1964, cuando con un discurso de seis horas en el curso de dos sesiones consecutivas, hizo honor a la mejor tradición oratoria para reivindicar la autonomía universitaria, en momentos que la Universidad Industrial de Santander se hallaba ocupada por el Ejército.
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El Diplomático.
La agudeza e ingenio desbordados del escritor educador, o del educador escritor -expresiones que referidas a este gran hombre definen lo mismo- , para manejar la pluma armonizada con esa habilidad estupenda y que parecía innata en el manejo de los conflictos y en la vía la negociación; el talento creativo aunado a la fluidez para las relaciones interpersonales e interinstitucionales, el arte de escribir sumado al arte de orientar normas, usanzas, tradiciones, costumbres, civilidades y transacciones con quienes colaboraba; son cualidades que se entretejen en la vida del hombre que tuvo la literatura como pasión y la diplomacia como destino.
Es inobjetable, que el servicio diplomático en nuestra nación se ha nutrido a lo largo de su existencia de distinguidos hombres de las letras, quienes han ofrecido su enorme cultura, su sabiduría y prudencia en las arduas labores de la representación en el extranjero, situando muy en alto el nombre de la patria; pero más incuestionable aún es que el doctor Arango Jaramillo dejó muy en alto el acervo raizal y los sentimientos de Colombia en el mundo; siendo embajador ante la UNESCO durante el período comprendido de 1979 a 1981, miembro de su Consejo Ejecutivo de 1980 a 1985 y representante en la Comisión del Programa de Desarrollo Internacional de la Comunicación en París entre 1986 y 1990.
Es justo decir que el rigor y la excelencia de Arango, dieron a la conformación de los cuadros diplomáticos de la época, una importancia inclusive superior que la manifestada en las naciones desarrolladas; y es bien sabido que su formación diplomática iniciada en la academia, continuó desplegándose sin interrupción, no solamente en el ámbito propio de las relaciones políticas, sino en el conjunto integral de las actividades que desarrolló en los diversos ambientes que le acogieron, armonizando las cualidades clásicas de su profesión con las tareas propias que el mundo de su época le imponía .
Adelantado, como fue en todo, llegó a sobrepasar las funciones elementales de un diplomático convencional, y a las acciones de representar, observar, informar y negociar, incorporó la destreza para administrar una misión, para comunicar y para entender otras culturas; pareciendo haber servido de inspiración al doctor Roger Feltham director del programa británico ‘El Servicio Exterior’ , de la universidad de Oxford , quien llegó a formular las seis habilidades funcionales de un diplomático.
No solamente adelantado, sino cabal con el caudal bibliográfico base de lo que argumentaba, fue congruente con la obra de Harold Nicolson, el ahora célebre tratadista clásico de la Diplomacia, quien escribía que en el siglo XVI un embajador debía ser un acabado teólogo, diestro matemático, perito en arquitectura, música, y física, avezado en derecho civil y canónico; geógrafo, historiador, autoridad en erudición militar y, poseer además un deleite exquisito por la poesía. Todo esto lo poseía nuestro eximio diplomático; la riqueza clásica de los cultos, que servía de cimiento al adecuado manejo de la politología, la comunicación social, la administración, la historia, el arte y la jurisprudencia.
Grabados han quedado en la memoria, aquellos rasgos clásicos de la diplomacia que de esta forma alcanzan la condición de atemporales. El más relevante es sin ambages el uso apropiado que dio al lenguaje escrito, y que no podrá conocer la pluma de cualquier otro diplomático, porque no en vano, como él lo sabía y enseñaba, el término ‘diplomático’ proviene etimológicamente del vocablo ‘diploma’, que significa documento doblado, con un mensaje escrito; como los mensajes e informes políticos bien concebidos y redactados, que testifican de prueba fidedigna de la excelente formación para un diplomático en todo tiempo y lugar.
Ahora el formidable talento utilizado rutinariamente en sus labores diplomáticas, y que había permanecido de modo oculto para el gran público, aparece en todo su esplendor, para que quienes reconociendo su importancia la proyecten en diversos ámbitos, comenzando en la formación de dichos servidores, que conciban al igual que él concibió la diplomacia para las generaciones futuras: La suma funcional de un instrumento con la práctica social estructural, que da por resultado la cohesión nacional y la sostenibilidad internacional; por cuanto, el diplomático está impelido a ser siempre consciente de la pluralidad de su nación y de las grandes potencialidades de la sociedad dentro de la cual nos representa, siendo por analogía la autoconciencia reflexiva al interior de la propia nación, y los ojos y los oídos de su Estado en el exterior, cultivando la habilidad y el arte para acopiar de forma metodológica las aportaciones procedentes de otros Estados, sobre todo, las del campo educativo, cual instrumento generador de condiciones para la superación de la pobreza, la expansión comercial, la transferencia tecnológica, la captación de inversión extranjera, el incremento del turismo, y posibilitar a los estudiantes el acceso a otras naciones por intercambio cultural mediante el sistema becario.
Las virtudes que acompañaron la vida de este hombre diplomático; virtudes como la fraternidad, el pundonor, el desinterés, la franqueza, la sencillez, la tenacidad, el respeto, la dignidad y la transparencia, hicieron que su servicio nunca fuese cuestionado, y siempre mantuvo la libertad para referirse en contra de la injusticia, el abuso y el absurdo vinieran de donde vinieran; no en vano, su carrera diplomática la desarrolló en gobiernos conservadores y también en liberales, eso sí, sin abjurar de su concepción filosófica liberal, porque como él mismo decía: Las ideas, al igual que el espíritu humano no pueden ser posesión absoluta de alguno o de algunos, de allí que ellas posean la cualidad de poderlo transformar todo; y quienes pretenden vivir como si fueran poseedores de las ideas, pueden si a caso desordenar el curso de la historia; mientras quienes viven en la libertad de las ideas pueden cambiar el curso de la humanidad.
Para el doctor Arango Jaramillo, visionario social, su actividad diplomática fue un servicio de las ideas a favor de un Estado; pero no de un Estado a secas, ni de un Estado Democrático simplemente; sino de un Estado Social y de Derechos Humanos, un Estado de consenso, guiado por una opción ético-política en cuya realización, concepción y ejecución participaron mediante el diálogo los diversos sectores.
Este destacado Diplomático nunca hizo alarde de ser un intelectual ni de sus logros académicos. Fue por encima de todo un hombre bueno, que vale más que ser muy altamente intelectualizado y profesional. Su carácter siempre optimista, su altruismo, bondad y agudeza de espíritu, forjaron en él un ser humano muy especial, y por eso, a lo largo de su fructuosa existencia terrenal, se supo ganar el afecto y la lealtad de muchas personas en distintos países y regiones alrededor mundo.
Al contrario de lo que reza el adagio popular: “Los artistas recurren a la mentira para decir la verdad, y los políticos para encubrirla”; el doctor Daniel Arango Jaramillo nos enseña, que es posible hacer de la diplomacia un arte de verdad que educa a la política.
En su vida de diplomático, Educador, escritor y político sobreabundan las condecoraciones y los reconocimientos, destacándose: la Cruz de Boyacá, en el grado de Gran Cruz; la Orden Andrés Bello, de Venezuela; Ciudadano Honorario de Bolivia; la Condecoración de la Federación Colombiana de Educadores y la Medalla de Oro de la Universidad de los Andes; pero de las muchas distinciones que recibió la que más apreciaba era la de ser su profesor emérito.
Su fuerte y sonora voz de catedrático, escritor, político y diplomático; la que resonó en varios auditorios, también resonó un sinfín de veces en la emisora HJCK, en la que desde su creación en 1950, según palabras del doctor Álvaro Castaño Castillo, su director, existe un sinnúmero de archivos, saturados de los muy diversos talentos que desplegó en su vida Daniel Arango, y que no tuvo interés en guardarse para sí, atendiendo con presteza a las invitaciones que le hacían; para que por medio de las ondas hertzianas compartiera con los oyentes desde temas de actualidad, tópicos de ocasión, o para dictar cursos sistemáticos sobre la Edad Media, sobre Grecia, sobre grandes pensadores y escritores de diversas épocas.
La actitud siempre dispuesta, su franqueza y lealtad le permitieron estar junto a Otto de Greiff y Eduardo Carranza, y recibir el calificativo de aporte moral, estético e intelectual a la creación de la HJCK junto a personalidades muy entrañables, del talante de Gloria Valencia, Miguel Lleras Pizarro, Eduardo Gamba, Álvaro Mutis, Gonzalo Rueda Caro, Gonzalo Mallarino, Fernando Charry Lara, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez y Hernando Téllez.
Con razón el académico Sergio Mejía Echavarría dice: “Con una de las mentalidades más profundas y versátiles que haya dado el humanismo colombiano, Daniel Arango forjó una de las tareas literarias más diáfanas y extensas, tanto como su cultura. Fue un hombre que se movió por los diversos aspectos del saber humano con una sobriedad y una seguridad asombrosa. Sin alardes ni pretenciosas disposiciones de espíritu: más bien con humildad y sencillez”.
La sencillez y humildad de aquel que se convierte en un homenaje a la historia humana y social, en cierto momento generacional; ya que nacer a iluminar sin restricciones los diversos ámbitos de la existencia individual, colectiva y nacional; sin lugar a dudas, exige generosamente a cualquier pluma plasmar por signos, en condición de reconocimiento y gratitud cada acontecimiento, cada huella, cada aporte, y cada significación a manera de exaltación por el trazo de una senda espontánea; y a la vez de profundas implicaciones transformadoras, que sobreviven al paso del tiempo en la evocación de la memoria de todos aquellos que nos han participado su legado.
Así, no es mi pretensión hacer de estas letras un homenaje a la vida y obra del ya fallecido doctor Daniel Arango Jaramillo, sino ceder con ánimo libre y espíritu dispuesto al imperativo de la historia, y reconocer que su vida y obra son un homenaje viviente de 87 años, que con su labor humilde y abnegada hizo a la nación colombiana, perdurando en los colectivos sociales y en los individuos que conociéndole o no, hemos tenido la fortuna de recibir directa o indirectamente los beneficios de sus acciones, y por qué no decirlo, también de sus ideas que se constituyeron en pensamientos vehementes, inspiradores en muchos otros de bálsamos y remedios suficientes, convertidos, bien en acuerdos, decretos o artículos, dignos de un ser humano, que hizo honor al significado hebreo de su nombre bautismal, y vivió a la manera de quien puede decir: Dios es mi juez.
El abogado, escritor, periodista, historiador, educador y hombre político Daniel Arango Jaramillo, fallecido el día martes 27 mayo de 2008 en la ciudad de Santafé de Bogotá, tras haber llevado una vida intensa, tan intensa como sus propios pensamientos inquietando incesantemente su razón, cual su pluma siempre sobre el papel, pareciendo estar con el alma puesta en un hilo, trazando en lírica excepcional , o en prosa maravillosa reflexiones y grandes contribuciones a la sociedad colombiana; se constituye orgullosamente para los villavicenses en una de las personalidades con mayor influencia en la conformación de Colombia en el siglo XXI; y así tendrá que llegar a ser reconocido públicamente, de tal forma que sus aportes deberán ser minuciosamente revisados, interpretados e integrados en los contenidos curriculares del sistema educativo moderno.
Nacido el día lunes 25 de Abril de 1921, en una típica casa campestre del sector de Buenavista en Villavicencio, año en que los Hermanos de la Salle se establecen para fundar su colegio; vive su infancia temprana en esta ciudad, mostrando que el niño es el padre del adulto; ya que, sólo en las raíces de la infancia se escribe la biografía de cada hombre , dando así muestras claras de cualidades excepcionales en el manejo inicial del lenguaje, tanto en lo escrito y en lo verbal; sumado al hecho de ser un crítico por antonomasia, que derivaba preguntas de las preguntas para continuar inquiriendo. Es un buen momento para rememorar una corta charla que sostuve con él en la cafetería de la Universidad de los Andes, donde me dijo: “La verdad es una gran pregunta, siempre en estado potencial de respuesta, para volver a ser cuestionada”. Considero que este hombre puede sin lugar a dudas constituir el paradigma de un ilustre, capaz de concebir la verdad en una misma y única realidad, susceptible de ser transformada a diversos y variados lenguajes, análogamente a lo que fue su naturaleza; concibiendo la política, ya como lección para ser compartida, ya en términos de poesía discursiva, o como arte del ingenio para relacionarse. Haciendo de la educación el mejor arte manifiesto de la política, concibiendo en ella el mejor instrumento de la diplomacia, o el vehículo más óptimo de la historia. Descifrando la diplomacia como el arte de la política educada.
Desde sus primeros años empieza a recibir las enseñanzas de su madre, doña Elvia Jaramillo de Arango, oriunda de Pereira; enseñanzas iniciales con sabor a ternura y suave disciplina, que aprendidas con avidez casi prematura delineaban los pasos que daría siendo estudiante en la escuela primaria de La Salle en Bogotá; manifestando de forma ejemplarizante su gran consagración y constancia por los estudios elementales. Los informes que hablan de su prolijidad en las aulas, descubren que se trató de un niño excepcionalmente entusiasta por el estudio, que a los seis años ya sabía leer y recitaba de memoria el catecismo y, algunos fragmentos del libro de Rafael Pombo titulado Cuentos pintados y cuentos morales para niños formales, siendo presentado por los maestros a modo de ejemplo ante los demás estudiantes.
A la constancia de sus primeros años se sumó un noble apasionamiento por las ideas, pasión que marcó toda su vida, y que se hizo con el paso del tiempo más evidente. Cuando era un joven y recibió el grado de bachiller en filosofía y letras en el colegio San Simón de Ibagué en el Tolima, era perfectamente clara su inclinación por las ciencias humanas, y hacia el destino se perfilaba un hombre de profundas convicciones liberales, no solo como político; sino un intelectual que alcanzaría la admiración de muchos como parlamentario, orador, conferenciante; y que formaría en el humanismo a varias generaciones de discípulos introduciéndolos, en la historia de Grecia y familiarizándolos con Sócrates, Platón, Aristóteles, Séneca , Virgilio…
Dedicado a estudiar; consagraba gran parte de su tiempo a la lectura, especialmente de textos filosóficos, o que hacían mención a la literatura clásica occidental y, por supuesto, la latinoamericana; ya fuera en su casa paterna durante jornadas extraescolares, incluso en momentos que otros dedicaban al descanso o a las vacaciones. Complementaba su gusto por el conocimiento, compartiéndolo de manera altruista con el que lo necesitaba, dando clases o explicaciones gratuitamente, de lecto-escritura, idiomas; entre los que apreciaba mostrando un buen desempeño por el Latín, griego, francés, portugués, y no menos por el inglés, filosofía y de literatura a los que manifestaban deseos de aprender, poniendo a disposición su biblioteca, una de las cosas que tanto apreciaba, quizá con el aprecio que llegó a tener por su Willys modelo 54.
El altruismo que en todo momento le acompañó, le permitió primero donar espiritualmente la ciencia social a través de más de 54 años de docencia en aulas y auditorios de colegios o universidades, en clases, cátedras o conferencias, para terminar haciendo entrega material de su biblioteca personal a la Casa de la Cultura Jorge Eliécer Gaitán de Villavicencio y a la Biblioteca Municipal Germán Arciniegas en el departamento del Meta, que cuando fue inaugurada, asignó por nombre a su hemeroteca el de Daniel Arango Jaramillo. Vale la pena aclarar, que este gesto simbólico dejó sentado su compromiso irrefutable con las generaciones pasadas, presentes y por venir de su querida patria chica, como le llamaba al Meta; compromiso al que nunca renunció y cumplió de manera espontánea y natural, sin espectacularidad mediática de ninguna clase; ya que, como un solitario social, reconocía que su digna singularidad se descubría y hacía plena solamente en la apertura a los demás. Sabiendo que la grandeza y fama de un ser humano no se mide por la cantidad de apariciones en medios gráficos o audiovisuales, él tenía claro que los espectáculos mediáticos son exigidos por los sociales solitarios, que al no reconocer su propia identidad y digna singularidad, necesitan refundirse en la masa caótica de quienes pretenden diseñar la opinión pública.
Los materiales donados revelan sus predilecciones intelectuales, musicales y cinematográficas; puesto que, gran parte de los mismos fueron comprados personalmente por el doctor Daniel Arango, y otra parte significativa del repertorio son obsequios y donativos de escritores y críticos, por lo que en algunos ejemplares se encuentran dedicatorias originales.
El educador.
Como educador Daniel Arango Jaramillo inició su labor formidablemente, en la que se desenvolvía con sabiduría en diversos escenarios y por variadas disciplinas: desde sus clases de literatura colombiana en el Colegio Nicolás Esguerra de Bogotá y la Escuela Normal Superior entre 1945 y 1946 , hasta sus profundas reflexiones como profesor de humanidades en la Universidad de Los Andes, a la que se vinculó desde muy joven y, aunque ocupó diversos cargos en la administración pública y en la política, sus nexos con esa alma máter nunca se perdieron. Después de ser su decano de estudios durante 1950 a 1952, ocupó el cargo de vicerrector hasta el año 1959. A esta Universidad, Arango Jaramillo le impuso una mística educativa, orientada hacia la construcción de la responsabilidad social del conocimiento; rasgo común a su vocación singular de servicio, promoviendo la organización de un programa editorial, que comprendía la divulgación de los autores clásicos; so pretexto, para la reflexión sobre la variada problemática nacional , pues de forma inmediata o mediata se alcanzaba amplias capas de la sociedad, influyendo notablemente en el rumbo y proyección, que a futuro tomaría la universidad en la labor de contribuir al diseño de profesionales, que requería el país para activar los diversos sectores desde la dinámica laboral hasta la administración de lo público, proyecto que se consolidó al retornar al país luego de su estancia en el exterior a raíz de sus misiones diplomáticas, y el restablecimiento de sus nexos con la Universidad, mediante la creación de la revista Texto y Contexto, de la facultad de Humanidades.
Como hombre de letras e intelectual, se desempeñó además dirigiendo la Revista de la Policía Nacional en el año 1946; destacando en la práctica de consultoría, que la gestión de la revista institucional no debía ser una instancia de comunicación unidireccional, solamente dirigida por un emisor que decide y evalúa los contenidos comunicables a un receptor que debe restringirse a informarse sobre los temas que otro valora en calidad de importantes. Identificó, además, cómo el análisis de las diferentes temáticas eminentemente técnicas que solo pudieran interesar a un segmento de la Institución, resultaban inconvenientes; con estas características, la revista presentaba no solamente un bajo nivel en sí misma, sino que mostraba un bajo nivel de la institución en general. Magistralmente el profesor en su gestión de director; concibió la revista como un canal de comunicación y no la comunicación en sí misma, constituyendo con esta iniciativa, una estrategia de comunicación orientada hacia la cultura organizacional y hacia sus problemáticas internas.
En la función de Secretario de la Oficina de Control de Noticias en Bogotá, durante 1945; época en que se abre una etapa en la que ocupó lugar protagónico el debate público acerca de la verdad de los crímenes contra la humanidad; su acción se encaminó, no como pudiera pensarse, en un control estatal de lo que se podía o no informar, y de la manera en que se debía hacer; sino en que efectivamente se informara respecto a todo asunto sin sesgo alguno. Su calidad de profesor ocupado ahora en la faceta de periodista, le permitió transmitir a las nuevas generaciones de comunicadores; no sentir temor a que se removieran del pasado muchos montajes y mentiras acumulados en décadas de violencia: operaciones encubiertas, manipulación de pruebas, justificaciones de las atrocidades y leyes de impunidad. Estaba convencido, como siempre lo estuvo, que las interpretaciones sesgadas cualquiera fuese su origen, había que controvertirlas a fondo, y que los medios informativos no debían subordinar las noticias a su filiación política particular, que en muchas ocasiones extrapolan a la opinión pública disquisiciones simplistas de los acontecimientos.
El tiempo fugaz al frente de tan importante oficina, sirvió para que en el futuro el conjunto de la nación, se pudiera acercar de manera más objetiva a los temas en discusión y se sopesaran con tranquilidad las dos tesis en la génesis del conflicto; la primera, era de dominio público y por lo tanto más simplista, como la de una mera confrontación sectaria entre civiles liberales y conservadores, que habría dado origen al surgimiento y evolución de los grupos armados ilegales; la segunda, que vinculaba los métodos de terrorismo estatal que han operado tanto dentro y fuera del conflicto armado en Colombia, requiriendo del concierto veraz para la indagación de informes y documentos.
Bajo el mandato del Presidente Guillermo León Valencia, fue Ministro de Educación, nombrado el 1 de septiembre de 1965 por decreto 2317, desde donde dio un fuerte impulso a la educación, en todos los órdenes. En beneficio de los sectores populares y minoritarios, es considerado uno de los gestores de la Ley 22 de julio 25 de 1966 por la cual el Congreso Nacional fomenta el Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos; insistiendo además, en la política pública de implantación misiones culturales y apertura de bibliotecas. En el ámbito de las artes, apoyó artistas destacados y fomentó la pluridimensional expresión de las manifestaciones artísticas, aún en la recreación y deporte.
No es exageración afirmar que el ministro Arango, era para aquella época todo un diplomático potencialmente aventajado; siendo de grata recordación la forma vehemente y elocuente, en que expuso dentro del marco de la celebración de los Juegos Panamericanos de1967 en Winnipeg; el deseo esperanzado de Colombia y Cali, por realizar en esa ciudad los VI Juegos Panamericanos de 1971.
Abonó el terreno para que Jorge Herrera Barona expusiera con lujo de detalles el plan de los Juegos, obras deportivas, adecuación de la ciudad para las justas, los preparativos técnicos y las realizaciones deportivas; obteniéndose el feliz y lúdico resultado, la consecución de la sede para la Sultana del Valle, el 22 de julio de 1967 cuando la ODEPA, máximo escenario de decisiones deportivas internacionales en esta materia, votó a favor de Cali.
Algún educador podría decir con respecto a la educación que las cosas no cambian, que el hoy es el mismo antes que se tornará después. El Educador Daniel Arango, en cambio, concebía la educación con carácter de plena actividad, en que esencialmente la tarea es equivalente al empalme generacional de circunstancias cambiantes y exigencias modificables, tendientes a la convivencia social; por tal razón, quienes tuvieron la fortuna de participar en sus clases, en diferente tiempo y perteneciendo a distintas generaciones, pueden corroborar que nuestro eximio profesor, nunca, ¡absolutamente nunca! repitió contenidos, discurso o exámenes de una misma cátedra en igual semestre de distinto año, con diferentes estudiantes. Sus clases de Cultura griega, Cultura romana, Edad media, Renacimiento, Hermenéutica, y Filosofía del derecho, fueron en todo instante novedosas y novísimas; esclarecedoras de muchas preguntas que inquietaban a quienes las recibían, e iluminadoras de las coyunturas históricas en las que se circunscribían.
Su tarea de profesor -tratamiento que le agradaba dentro de las aulas, porque profesó lo que enseñaba-, fue la de guiar a sus estudiantes en el proceso de amar el conocimiento; enseñándoles a discernir por sí mismos y a coexistir solidariamente, mediante razonamientos que purificaban el entendimiento, a fin que se vieran libres de engañar o ser engañados; fortaleciendo el respeto a sí mismos y a todos. Su labor compleja y transgeneracional enfrentó y superó los retos propios de cada década; con un saber pedagógico enriquecido, con la psicología educativa del aprendizaje profundo -desconocido para muchos de sus contemporáneos-, con la sociología y la antropología humanizadora de los seres individuales u organizados en colectividades.
Nunca perdió de vista la perspectiva educadora en términos de preparar a los estudiantes, con proyección a modelos de sociedad con estructuras institucionales más complejas; pero edificadas en preposiciones simples, de tal manera, que cada uno fuera competente en interpretar las claves de la cultura y capaz de comprometerse para innovarlas y perfeccionarlas. Sabía con plena seguridad que la buena educación, hace que la educación sea buena , y por ello, al entrar en contacto con las personas, en las aulas o fuera de ellas, no le bastaba interesarse en sus procesos de socialización y cognición; cuanto más se proponía, era integrarlos críticamente a la cultura, prefiriendo la sencillez a la soberbia, la sensibilidad a la dureza, el respeto a la brutalidad y la ética a la inmoralidad.
Educador al servicio de la nación, fue además, director de Museos y Exposiciones del Ministerio de Educación Nacional y jefe de la sección de Bellas Artes del Ministerio de Educación. Conservando sus profundas convicciones, ejerció su labor educativa, caracterizado por la formación humanística que dejó impronta en sus estudiantes; por el respeto a los caros valores del espíritu, por el amor a la historia y por su capacidad de servir rectamente a la sociedad, con una elevada estatura moral e intelectual, apreciada por muchos y cuestionada por pocos.
El escritor
Durante las décadas del 60 y 70 fue destacado escritor poético; de elevada y fina calidad lírica al iniciarse con el grupo Post-piedracielista de Cántico, influenciado por su contemporáneo gran amigo Eduardo Carranza y el movimiento literario de los piedracielistas. Bien se podría decir que Arango interpreta a Piedra y Cielo en lo complejo de una afortunada y extraña combinación de hechos: Un proyecto editorial conjunto, un gesto iconoclasta y el reflejo de ese binomio que después, muchos quisieron tildar de un mito; pero que bajo la pluma del magnánimo escritor se resistía a desaparecer.
Hablaba con conocimiento de causa del fenómeno literario acaecido en Bogotá; cuando entre septiembre de 1939 y marzo de 1940, se publican siete delgados cuadernos de poesía presentados por la editorial Lozano y Lozano con el formato de fascículos con versos nítidamente impresos que dirige, edita y costea el joven adinerado poeta Jorge Rojas.
A su decir, estaban editados en láminas sueltas de papel grueso que no perdía su forma, en una edición impecable que acercaba e invitaba al lector a su goce. Y continuaba su exposición con la certeza de maestro erudito, detallando pormenorizadamente las obras que conocía, porque había leído en orden de aparición: La ciudad sumergida, de Jorge Rojas; Territorio amoroso, de Carlos Martín; Presagio de amor, de Arturo Camacho Ramírez; Seis elegías y un himno, de Eduardo Carranza -una de mis preferidas-; Regreso de la muerte, de Tomás Vargas Osorio; El ángel desalado, de Gerardo Valencia y Habitante de su imagen, de Darío Samper; aclarando que los integrantes de Piedra y Cielo fueron entonces quienes publicaron en los cuadernos, de los cuales no forman parte ni Aurelio Arturo ni Antonio Llanos, según se decía en muchas oportunidades.
Tomando en sus manos uno de los cuadernos, proseguía: “Además de los versos, cada uno de los cuadernos viene acompañado de una introducción, en la que se luce en una especie de poética los objetivos que inquirían con éstos; el pensamiento del poeta y de la poesía que tenía el grupo, elaborada con trazos de espíritu franco e irreverente por Jorge Rojas en nombre de todos”.
Humilde hasta siempre, nunca hizo alarde por los círculos a los que perteneció y pertenecía, y con esa misma cualidad de su carácter , refería entre gestos que marcaban la añoranza de un pasado, cuando los nacidos en el llano no temían pensar, escribir o decir sin temores a los embates del sistema, aunque se perteneciera a ellos, cómo algunos meses después de la publicación de esos magníficos cuadernos, Eduardo Carranza escribió un artículo titulado Un caso de bardolatría; en el que también en nombre de Piedra y Cielo arremetía contra la tradición poética de Guillermo Valencia y mostraba los poemas del movimiento a manera de alternativa a esa poesía. Para terminar, decía entre sonrisas ingenuas: ”Éste fue juzgado por algunos de iconoclasta y desató una controversia como quizá jamás había existido en este país, la cual ocupó grandes extensiones en las páginas del Diario El Tiempo, y digo, diario -aclaraba-, porque parece que en mi juventud ocurrían más y mejores sucesos que merecían ser informados; fue así que el problema referido a lo que debía ser la creación poética alcanzó al conjunto de la sociedad y vinculado a él, el nombre de Piedra y Cielo. ¡Ah!; pero el escándalo con el que penetró Piedra y Cielo no se suscitó ciertamente por sus versos sino por las manifestaciones de Eduardo Carranza o por las confesiones manifiestas, que los críticos no encontraban amparadas en los versos del movimiento literario”.
El asunto fue que se desencadenó la polémica y el país vertiginosamente apareció fraccionado en dos corros poéticos: Los que estaban de acuerdo con los fundamentos que defendía Eduardo Carranza en nombre de los piedracielistas y los que en cambio, le controvertían; escribiéndose artículos de aquí y de allá en que se contradecía y se refutaba; daba la impresión que la intelectualidad del país se hubiera puesto por labor reunirse en torno al problema de la creación poética, como si todos estuvieran frente a los mismos interrogantes: ¿De qué temas debían ocuparse los poetas y de cuáles recursos debían valerse? ¿De qué forma se debía mirar la tradición poética del país? ¿Cómo debía realizarse la crítica literaria y cuál era el tono que debía emplearse?
Los antecedentes de primera mano y la amistad que tuvo con el círculo piedracielista, si bien, alimentaron aunque no definieron su vena literaria, le llevaron a producir un sinnúmero de escritos críticos, en los que se destaca por el genial ensayo sobre Porfirio Barba-Jacob, ensayo que apareció publicado en libro con el título de Antorchas contra el viento en 1944. Al igual que todo gran escritor cuando es humilde, nunca se preocupó por recoger en volumen su extensa producción poética, la cual fue justamente apreciada en su legítimo valor literario, a juicio del maestro Manuel Antonio Bonilla en su libro La palabra triunfante; aunque algunos de sus poemas aparecieron más tarde en selecciones, como la Antología de la nueva poesía colombiana en 1949.
La historia le haría justicia cuando sus escritos poéticos fueron recogidos en un volumen titulado La Ciudad de Is; editado por el Instituto Caro y Cuervo en 1996, en la categoría de ensayos y notas de juventud, fruto de su inagotable lucidez y producción en docencia y política educativa; que aparece indexado en el catálogo del instituto, correspondiente al año 2007 en la sección La Granada Entreabierta, bajo el número 82 , ya agotado, vale decirlo, por el gusto que presenta a la razón y al espíritu en su contenido.
Se destaca además el libro de su autoría que lleva como título La tragedia griega, que cuenta con 92 selectas páginas, publicado por el mismo instituto en 1977 y catalogado en la sección de publicaciones fuera de serie; siendo además célebremente recordado por dos artículos publicados en la Revista de las Indias; El primero titulado Carta a Pablo Neruda, del año 1943, en el que le reprocha al chileno haber escrito un poema respecto a una anécdota: La batalla de Stalingrado; y el segundo, En torno a la conmemoración de Rafael Pombo, publicado en octubre de 1945.
Escritor y, como tal, de la nobleza de los recios nacidos en el llano, sólidos e íntegros, fue este hombre extraordinario, del recuerdo de muchos colombianos, entre éstos tanto los eruditos como los semicultos y los que, anhelantes siempre de no pecar de ignorancia, se acercan, ingenuos y sencillos, a los que les pueden dar lección en muestra de sabiduría. Un educador, un escritor, un político, un diplomático, si son buenos, su bondad se hace visible, por tanto atrayente, de lo que se sigue que su obra nos alcanza a todos. Y es que la bondad es ineludiblemente expresiva y halla siempre reverberación en el interior de cada ser humano, de su mente, de su corazón, de su alma y de su espíritu.
Retumba en el alma, merecidamente para hacerlo nuestro, lo que los hombres notables y sencillos propagan en la sociedad y nos toca la fibra sensible, inflexible lógicamente y de hecho, por el mismo asunto, de palpitar por aclamación de ese escritor, educador, político y diplomático.
Se revela en sus escritos a un pensador de discernimiento objetivo, movido, consecuentemente al análisis de lo social, de las cosas, de los sucesos, de las realidades; y de ingenio subjetivo, atento simultáneamente a esclarecer las implicaciones y complicaciones de la conciencia humana; despertando inusitado interés en todo tipo de lectores, quienes, se allegan a él complacidos, como lanzados en llegar al fondo de su propia humanidad, en la que acertamos a encontrar la nuestra.
Bien se pudiera afirmar, que en los ensayos de Arango se reconoce a un filósofo social-crítico, que todo lo percibió bajo el código de lo humanísticamente lírico y artístico en el ser humano; que lo impulsaba hasta no dar con él en cada una de las realidades que lo apasionaban, ya fuera la literatura, la reflexión social, la sencilla lección en un colegio o la elevada cátedra en la universidad; pero principalmente al ser humano, al ser humano en términos específicos, sin desconocer al universal, al ser humano que habita nuestro territorio y que está supeditado, a veces sin justicia a un marco legal, socioeducativo ,político y cultural que reclama la renovación desde lo clásico, sin ambigüedades o anquilosamientos. El ser humano colombiano, sin distinción de género o calificado según las tendencias que minan su dignidad y le subvaloriza. El varón y la mujer, nacionales colombianos, debían a su juicio conformarse al modelo de una armonía liberalmente clásica y trascendente, congruente al ánimo evolutivo que ubica lo social no como una brida que condiciona las facultades humanas al estilo de una esclavitud bien administrada estatalmente, sino como una posibilidad dada con carácter de inmediatez, que nos despierta a las inquietudes trascendentales, capaz de cuestionar vehementemente entre cielo y tierra toda autoridad, toda institucionalidad, sin atentar eso si, contra lo humano que habita en las personas.
Reflejan sus escritos, la continuidad de las ideas de los clásicos griegos, y por qué no decirlo, la síntesis del pensamiento medieval vertido en la reflexión siempre nueva de lo social; situándose adelante de la historia, en la enunciación descriptiva de un humanismo personista, que aboga literariamente por la superación de cualquier calificativo de lo humano, argumentando que el ser humano antes de ser marxista, cristiano, ateo, o pertenecer a denominación alguna, es persona, y que ningún ‘ismo’ tiene capacidad definitoria frente a lo humano; considerando que los fracasos de los humanismos precipitaron a la sociedad de su época a la involución, o en el mejor de los casos al estancamiento.
Se halla presente en toda su producción literaria una elocuencia irrefutable. Con su expresión avasalladora: Cerca, aprisiona y, a la vez, se dirige con precisión certera y sincrónica a la inteligencia y al corazón, para convencer y persuadir; apareciendo áspero, sin lugar a dudas, cuando cuestionaba a los que poco se preocupaban por la sociedad, en su afán de rapacidad. Su reprimenda fue implacable y gallarda, siempre de gran valentía, nunca tuvo, como dice el adagio popular, pelos en la lengua. Fue el continuador de un renovado espíritu literario e intelectual, del que se privilegió la universidad de los Andes tan solo a cortos dos años de su fundación en 1948, y a la que sirvió con denuedo.
Mi amigo, mi entrañable amigo, dígase lo que se quiera decir en contra, pese a sus detractores , a los que desprecian a quien desconocen, combaten o ignoran; por tanto, es un arquetipo en el que los colombianos deberíamos buscar los rasgos de nuestra propia identidad; identidad que en él se construyó como síntesis de elementos comunes y singulares: Su familia, baluarte que en cabeza de su padre don Francisco Arango, originario de Sonsón y gestor de importantes procesos , debió recorrer otras provincias de nuestra geografía nacional, lo que le sirvió para tener trato con variados sectores idiosincrásicos de nuestra composición étnica, su vida de estudiante, sus desasosiegos intelectuales insatisfechos, gracias quizá a la deficiencia intelectual de algunos de sus maestros -si a caso se les puede calificar de tales-,la vacuidad expresa de muchos compañeros; la hegemonía del contexto político, todo esto ayudó en él a forjar su cosmovisión crítica y un conocimiento próximo de lo que es el ser humano .
En sus ensayos, recogidos en las exquisitas 603 páginas de La Ciudad de Is; se descubre que el ilustre Daniel al comunicarnos su intención, estaba en lo cierto, al permitirnos acercarnos literariamente a nuestros orígenes culturales, que eran también los suyos, ya que, compartimos su territorialidad, su nacionalidad y la naturaleza sobre la que se edificó ese gran hombre: Educador, escritor, político y diplomático; debiendo constituirse como referencia imperativa para todo aquél, que a futuro quiera transitar por la historia y la literatura nacional .
El político
La figura del doctor Arango Jaramillo, en esta faceta deberá ser recordada por su profunda influencia en la actividad del siglo pasado. Su participación en la vida política del país, coincide con momentos históricos fundamentales en la resignificación de nuestra identidad, y de identidad nacional. La inclusión premonitoria en este campo, comienza cuando se graduó en Derecho y Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional de Colombia en 1943; guiado en la práctica por su preceptor Jorge Eliécer Gaitán, de quien recibió una profunda influencia en su recorrido político, junto a la cátedra de Derecho Penal.
Su incansable búsqueda del conocimiento y la intención siempre presente de dar lo mejor de sí, manifestando la propia naturaleza política; lo llevaron a París, en donde se tituló como auditor libre en humanidades en La Sorbona, luego de culminar sus estudios en el período de 1959 a 1960. A su regreso de París, adonde sin saberlo retornaría años más tarde con cargo diplomático en innumerables tareas; con la aplicación y excelencia que le caracterizaron desde niño, realizó estudios de doctorado en derecho y ciencias políticas durante los años 1971 a 1973, en la también prestigiosa Universidad Externado de Colombia.
Su actividad política estuvo marcada por importantes momentos desarrollados en el departamento del Meta: Entre 1962 y 1964 ocupó la curul de diputado, desempeñando la función de presidente en la Asamblea Departamental; fue el quinto gobernador, nombrado y posesionado en funciones de 1964 a 1965, apoyado por sus compartidarios, los doctores Hernando Durán Dussán y Ernesto Jara Castro. Siendo justos, debemos reconocer que fue muy buen diputado y gobernador, siempre atento a buscar las soluciones más convenientes, a todas las dificultades por las que atravesaban los municipios, agobiados por necesidades de antaño que se convertían en focos de protestas, que en la mayoría de ocasiones la oposición pretendía utilizar, no a favor de la sociedad, sino de los minúsculos y oprobiosos intereses partidistas. Su espíritu siempre dispuesto a establecer consensos; le permitía reunirse con miembros de diversas tendencias, llegando al punto de ser tratado como un compartidario y no como un adversario.
Su acción política en el Meta, es de agradable reminiscencia, ya que gestionó e impulsó la terminación de las obras iniciadas, tal el caso de la Avenida de los Fundadores en Villavicencio; a la vez que canalizó nuevas iniciativas de desarrollo regional, sobre todo, las tendientes al fortalecimiento del campo y la ganadería.
El establecimiento de una de las siete estaciones experimentales en el departamento, la estación de La Libertad, contó con su gestión y buenos oficios ante la Corporación Instituto Colombiano Agropecuario, lo cual representó un factor importante de progreso que perduraría en el tiempo, por cuanto, se iniciaron el programa de algodón, la adaptación fisiológica de novillas Holstein y el servicio de análisis de suelos; sin olvidar el servicio de radioteléfono para los hatos de la región, que se consiguió por gestión ante FEDELLANOS.
Político liberal, con liberalidad de espíritu, actuó sin sectarismos conjuntamente con los representantes de la Iglesia Católica y del conservatismo, que es lo mismo decir, para promover la educación e impulsar iniciativas de desarrollo ante el primer mandatario de la nación; procurando que las mismas fueran siempre incluidas en el presupuesto estatal. En su gobierno se instituyó el Festival Folklórico y Turístico del llano, y se rescató además, la celebración de actividades culturales, charlas, tertulias y fiestas patronales; motivando el festejo de las efemérides patrias.
El departamento del Meta, siempre tuvo en él un hijo dispuesto a representarlo en las contiendas políticas fundamentales; tal es el caso de su candidatura a la Asamblea Nacional Constituyente en 1990, a nombre de los llamados Territorios Nacionales, tomando como bandera y principal tesis elevar a categoría de departamentos las intendencias y comisarías, exigiendo que el Estado se obligara a prestarles asistencia económica, técnica y administrativa después de un año de haber sido aprobada la Constitución. Tenía en mente, también, crear un instituto descentralizado que se ocupara de la preservación del ambiente y de los recursos naturales en la Orinoquía y la Amazonía. Aunque no fue electo, sin embargo, gran parte de su ideario quedó plasmado en el artículo 309 de la Constitución Política de Colombia de 1991, entre otros.
Su condición e idoneidad humana probada, de persona siempre vinculada a la región, le permitieron ser designado junto al doctor Aurelio Martínez Canabal, en calidad de representante para el seguimiento del proceso electoral en el Meta, mediante el decreto 1214 de junio 16 de 1994, proceso que se realizaba en todo el país y que conduciría a la elección del sucesor del presidente César Augusto Gaviria Trujillo.
En el ámbito nacional llegó a fungir como encargado de la Presidencia, por ausencia del Presidente Carlos Lleras Restrepo entre 1970 y 1972; fue vicepresidente de la Sociedad Económica de Amigos del País, representante a la Cámara y presidente de la Comisión V entre 1974 y 1978; concejal y presidente del Concejo de Bogotá en 1978, asesor cultural del Banco de la República en 1979, hasta cuando fue enviado con el encargo de embajador ante la UNESCO en París, funciones todas que desempeñó con no menos virtud y entrega, enalteciendo la naturaleza de la política en el servicio público.
Siempre el político estuvo cimentado sobre la profundidad y elocuencia del orador, y el educador exigía la reclamación de los derechos; siendo memorable su elocuente intervención como miembro de la Cámara en septiembre de 1964, cuando con un discurso de seis horas en el curso de dos sesiones consecutivas, hizo honor a la mejor tradición oratoria para reivindicar la autonomía universitaria, en momentos que la Universidad Industrial de Santander se hallaba ocupada por el Ejército.
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El Diplomático.
La agudeza e ingenio desbordados del escritor educador, o del educador escritor -expresiones que referidas a este gran hombre definen lo mismo- , para manejar la pluma armonizada con esa habilidad estupenda y que parecía innata en el manejo de los conflictos y en la vía la negociación; el talento creativo aunado a la fluidez para las relaciones interpersonales e interinstitucionales, el arte de escribir sumado al arte de orientar normas, usanzas, tradiciones, costumbres, civilidades y transacciones con quienes colaboraba; son cualidades que se entretejen en la vida del hombre que tuvo la literatura como pasión y la diplomacia como destino.
Es inobjetable, que el servicio diplomático en nuestra nación se ha nutrido a lo largo de su existencia de distinguidos hombres de las letras, quienes han ofrecido su enorme cultura, su sabiduría y prudencia en las arduas labores de la representación en el extranjero, situando muy en alto el nombre de la patria; pero más incuestionable aún es que el doctor Arango Jaramillo dejó muy en alto el acervo raizal y los sentimientos de Colombia en el mundo; siendo embajador ante la UNESCO durante el período comprendido de 1979 a 1981, miembro de su Consejo Ejecutivo de 1980 a 1985 y representante en la Comisión del Programa de Desarrollo Internacional de la Comunicación en París entre 1986 y 1990.
Es justo decir que el rigor y la excelencia de Arango, dieron a la conformación de los cuadros diplomáticos de la época, una importancia inclusive superior que la manifestada en las naciones desarrolladas; y es bien sabido que su formación diplomática iniciada en la academia, continuó desplegándose sin interrupción, no solamente en el ámbito propio de las relaciones políticas, sino en el conjunto integral de las actividades que desarrolló en los diversos ambientes que le acogieron, armonizando las cualidades clásicas de su profesión con las tareas propias que el mundo de su época le imponía .
Adelantado, como fue en todo, llegó a sobrepasar las funciones elementales de un diplomático convencional, y a las acciones de representar, observar, informar y negociar, incorporó la destreza para administrar una misión, para comunicar y para entender otras culturas; pareciendo haber servido de inspiración al doctor Roger Feltham director del programa británico ‘El Servicio Exterior’ , de la universidad de Oxford , quien llegó a formular las seis habilidades funcionales de un diplomático.
No solamente adelantado, sino cabal con el caudal bibliográfico base de lo que argumentaba, fue congruente con la obra de Harold Nicolson, el ahora célebre tratadista clásico de la Diplomacia, quien escribía que en el siglo XVI un embajador debía ser un acabado teólogo, diestro matemático, perito en arquitectura, música, y física, avezado en derecho civil y canónico; geógrafo, historiador, autoridad en erudición militar y, poseer además un deleite exquisito por la poesía. Todo esto lo poseía nuestro eximio diplomático; la riqueza clásica de los cultos, que servía de cimiento al adecuado manejo de la politología, la comunicación social, la administración, la historia, el arte y la jurisprudencia.
Grabados han quedado en la memoria, aquellos rasgos clásicos de la diplomacia que de esta forma alcanzan la condición de atemporales. El más relevante es sin ambages el uso apropiado que dio al lenguaje escrito, y que no podrá conocer la pluma de cualquier otro diplomático, porque no en vano, como él lo sabía y enseñaba, el término ‘diplomático’ proviene etimológicamente del vocablo ‘diploma’, que significa documento doblado, con un mensaje escrito; como los mensajes e informes políticos bien concebidos y redactados, que testifican de prueba fidedigna de la excelente formación para un diplomático en todo tiempo y lugar.
Ahora el formidable talento utilizado rutinariamente en sus labores diplomáticas, y que había permanecido de modo oculto para el gran público, aparece en todo su esplendor, para que quienes reconociendo su importancia la proyecten en diversos ámbitos, comenzando en la formación de dichos servidores, que conciban al igual que él concibió la diplomacia para las generaciones futuras: La suma funcional de un instrumento con la práctica social estructural, que da por resultado la cohesión nacional y la sostenibilidad internacional; por cuanto, el diplomático está impelido a ser siempre consciente de la pluralidad de su nación y de las grandes potencialidades de la sociedad dentro de la cual nos representa, siendo por analogía la autoconciencia reflexiva al interior de la propia nación, y los ojos y los oídos de su Estado en el exterior, cultivando la habilidad y el arte para acopiar de forma metodológica las aportaciones procedentes de otros Estados, sobre todo, las del campo educativo, cual instrumento generador de condiciones para la superación de la pobreza, la expansión comercial, la transferencia tecnológica, la captación de inversión extranjera, el incremento del turismo, y posibilitar a los estudiantes el acceso a otras naciones por intercambio cultural mediante el sistema becario.
Las virtudes que acompañaron la vida de este hombre diplomático; virtudes como la fraternidad, el pundonor, el desinterés, la franqueza, la sencillez, la tenacidad, el respeto, la dignidad y la transparencia, hicieron que su servicio nunca fuese cuestionado, y siempre mantuvo la libertad para referirse en contra de la injusticia, el abuso y el absurdo vinieran de donde vinieran; no en vano, su carrera diplomática la desarrolló en gobiernos conservadores y también en liberales, eso sí, sin abjurar de su concepción filosófica liberal, porque como él mismo decía: Las ideas, al igual que el espíritu humano no pueden ser posesión absoluta de alguno o de algunos, de allí que ellas posean la cualidad de poderlo transformar todo; y quienes pretenden vivir como si fueran poseedores de las ideas, pueden si a caso desordenar el curso de la historia; mientras quienes viven en la libertad de las ideas pueden cambiar el curso de la humanidad.
Para el doctor Arango Jaramillo, visionario social, su actividad diplomática fue un servicio de las ideas a favor de un Estado; pero no de un Estado a secas, ni de un Estado Democrático simplemente; sino de un Estado Social y de Derechos Humanos, un Estado de consenso, guiado por una opción ético-política en cuya realización, concepción y ejecución participaron mediante el diálogo los diversos sectores.
Este destacado Diplomático nunca hizo alarde de ser un intelectual ni de sus logros académicos. Fue por encima de todo un hombre bueno, que vale más que ser muy altamente intelectualizado y profesional. Su carácter siempre optimista, su altruismo, bondad y agudeza de espíritu, forjaron en él un ser humano muy especial, y por eso, a lo largo de su fructuosa existencia terrenal, se supo ganar el afecto y la lealtad de muchas personas en distintos países y regiones alrededor mundo.
Al contrario de lo que reza el adagio popular: “Los artistas recurren a la mentira para decir la verdad, y los políticos para encubrirla”; el doctor Daniel Arango Jaramillo nos enseña, que es posible hacer de la diplomacia un arte de verdad que educa a la política.
En su vida de diplomático, Educador, escritor y político sobreabundan las condecoraciones y los reconocimientos, destacándose: la Cruz de Boyacá, en el grado de Gran Cruz; la Orden Andrés Bello, de Venezuela; Ciudadano Honorario de Bolivia; la Condecoración de la Federación Colombiana de Educadores y la Medalla de Oro de la Universidad de los Andes; pero de las muchas distinciones que recibió la que más apreciaba era la de ser su profesor emérito.
Su fuerte y sonora voz de catedrático, escritor, político y diplomático; la que resonó en varios auditorios, también resonó un sinfín de veces en la emisora HJCK, en la que desde su creación en 1950, según palabras del doctor Álvaro Castaño Castillo, su director, existe un sinnúmero de archivos, saturados de los muy diversos talentos que desplegó en su vida Daniel Arango, y que no tuvo interés en guardarse para sí, atendiendo con presteza a las invitaciones que le hacían; para que por medio de las ondas hertzianas compartiera con los oyentes desde temas de actualidad, tópicos de ocasión, o para dictar cursos sistemáticos sobre la Edad Media, sobre Grecia, sobre grandes pensadores y escritores de diversas épocas.
La actitud siempre dispuesta, su franqueza y lealtad le permitieron estar junto a Otto de Greiff y Eduardo Carranza, y recibir el calificativo de aporte moral, estético e intelectual a la creación de la HJCK junto a personalidades muy entrañables, del talante de Gloria Valencia, Miguel Lleras Pizarro, Eduardo Gamba, Álvaro Mutis, Gonzalo Rueda Caro, Gonzalo Mallarino, Fernando Charry Lara, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez y Hernando Téllez.
Con razón el académico Sergio Mejía Echavarría dice: “Con una de las mentalidades más profundas y versátiles que haya dado el humanismo colombiano, Daniel Arango forjó una de las tareas literarias más diáfanas y extensas, tanto como su cultura. Fue un hombre que se movió por los diversos aspectos del saber humano con una sobriedad y una seguridad asombrosa. Sin alardes ni pretenciosas disposiciones de espíritu: más bien con humildad y sencillez”.